Cercana la derrota republicana, el nueve de marzo de 1939 Miguel abandona Madrid, tras negarse a recibir la protección de la embajada de Chile, donde, como nos refiere Agustín Sánchez Vidal en su libro ‘Miguel Hernández, desamordazado y regresado’, su encargado de negocios Carlos Morla Lynch le ofrece asilo.
Miguel marcha junto a Cossío hasta la carretera de Valencia, según Pérez Álvarez, “responde por Hernández cuando las tropas casadistas le piden su salvoconducto”.
Llegado a Cox, al cabo de cuatro días, intenta escapar de la persecución que desde las filas republicanas y franquistas se estaba llevando a cabo contra los afiliados al Partido Comunista, al que él mismo pertenecía. Es desde Cox desde donde Miguel manda una misiva a Cossío firmando como “Manuel” para que la carta no fuera interceptada. Posteriormente se traslada a Sevilla esperando ayuda de Jorge Guillén, aunque sin éxito ya que su posible salvador se había trasladado a EEUU en julio de 1938. El 23 de abril, de paso por Andalucía escribe por fin a Josefina desde Alcázar de San Juan.
Silencio de metal triste y sonoro,
espadas congregando con amores
en el final de huesos destructores
de la región volcánica del otro
Al no conseguir refugio, Miguel marcha a Cádiz, donde intenta conseguir la protección de Pedro Pérez Clotet, pero tampoco es afortunado ya que este se encontraba en esos momentos en Ronda. En este preciso momento toma la decisión de marchar a Portugal, haciéndoselo saber a Josefina por carta. Tras enviar esta, carta atraviesa la frontera hispano-portuguesa por las inmediaciones de Rosal de la Frontera, lugar que, en palabras de Agustín Sánchez Vidal, “ Los viajeros de la España nacional lo evitaban para no tropezarse con milicianos...”.
Llegado a un país extranjero, Miguel se siente desorientado, su primera escala es en la ciudad de Moura en donde vende el traje azul que llevó a Rusia y el reloj que le había dado Aleixandre como regalo de boda, pero es denunciado a la policía del dictador Salazar (aliado incondicional de Franco), que lo entrega a la española en Rosal de la Frontera el cuatro de mayo de 1939. En los calabozos de esta localidad comienzan los malos tratos que lo acompañarán hasta el final de sus días. A lo largo de un interrogatorio de diez horas, Miguel, asustado, trató de hacerse pasar por apolítico, reconociendo tan sólo algunas colaboraciones en la prensa republicana. En su declaración manifiesta como reza el informe policial: “Era apolítico por completo, no votó nunca por ningún partido ni está afiliado a ninguno, ni tampoco hizo por pasarse a nuestras filas por ignorar por completo la causa de nuestro Alzamiento, ni darse cuenta de nada de lo que sucedía en Madrid, ya que él, dedicado al trabajo, salía poco a la calle”. Asimismo, reconoce su participación en actividades de propaganda y se identifica como autor del libro ‘Viento del pueblo’, explicando brevemente su proyecto de arribar a Lisboa para desde allí viajar a Chile.
Dos días después escribe a su esposa, sin olvidarse de su hijo: “¿Sigue engordando el niño?. Anteayer cumplió los cuatro meses y me pasé todo el día pensando en él”. Pero como comenta Agustín Sánchez Vidal, “El objeto primordial de la carta es poner en marcha el mecanismo que le permita quedar libre”, como prueba la segunda parte de la carta “Ve a mi casa y di a mi padre y a mi hermano que estoy detenido, que un día de estos me llevan a Huelva desde este pueblo y que es preciso que me reclamen a Orihuela. Que hablen con Don Luis Almarcha, Joaquín Andréu, Antonio Macando, Juan Bellod, Martínez Arenas, Baldomero Jiménez y quien sea preciso que me reclamen a Orihuela...”.
Su edad es un momento;
su vida más hermosa
la de su nacimiento,
como la de la rosa
Tras su estancia en Rosal de la Frontera es trasladado el siete de mayo a Huelva, devuelto a Sevilla el once de mayo y finalmente encarcelado el quince de mayo de 1939 en la madrileña cárcel de Torrijos desde donde escribe a su mujer y a Cossío para gestionar su puesta en libertad, a su vez también escribe a su gran amigo Pablo Neruda, el veintiséis de junio con el mismo propósito “Es de absoluta necesidad que hagas todo cuanto esté en tu mano por conseguir mi salida de España y el arribo a tu tierra en el más breve espacio de tiempo posible”.
A expensas de un juicio justo, se le notifica que desde el cuatro de julio el juez especial de prensa se hace cargo del sumario, declarando ante el juez el día seis de julio. En esta nueva declaración, Miguel destapa sus auténticos ideales políticos e ideológicos “reconoce sus ideales antifascistas y revolucionarios, no estando identificado con la causa Nacional, creyendo que el Movimiento Nacional no puede hacer feliz a España...”. “Desde enero de 1937 a marzo del mismo año estuvo en la Barraca tratando de reorganizarla, suscribiendo los contenidos ideológicos de su libro ‘Viento del pueblo’ ”.
Ante su precaria situación, intenta ocultar a su mujer las lamentables condiciones que padece. En una carta fechada el veintisiete de julio, el prisionero traslada estas noticias: “Ese amigo chileno que te decía, se preocupa grandemente de todo y hasta un cardenal francés hace gestiones”.
En una de las cartas que le envía a su mujer, le cuenta la decoración con la que estaba envolviendo el espacio de la cárcel.
“ En el techo sobre mi cabeza, que da con el techo, no sé si porque he crecido o porque ha crecido poco el techo, he pintado un caballo como esos que te mando a todo galope y he colgado un pájaro de papel con este letrero: Estatua voladora de la libertad. Espero que el caballo y ella, a pesar de todo, me traerán, nos traerán la buena suerte pronto...”
Tras éstas penalidades, el diecisiete de septiembre es puesto por sorpresa en libertad. Según Ramón Pérez Álvarez “Lo que realmente pesó fue el aval de Juan Bellod Salmerón y la gestión personal de Tomás López Galindo, ambos convecinos suyos. Además, Eduardo Llosent le había procurado un abogado onubense”. Según Juan Guerrero Zamora en su libro ‘Proceso a Miguel Hernández’, la liberación habría sido un típico error burocrático. A este debate habría que añadir la opinión de Santiago Ontañón refugiado de la Embajada de Chile, en la que afirma en su libro ‘Unos pocos amigos verdaderos’ que en el verano de 1939, el nuevo encargado de negocios de esa delegación diplomática, Germán Vergara Donoso, recibió desde París una carta de Pablo Neruda interesándose por Miguel Hernández “Antonio Aparicio, asilado ya en la embajada, presentó a Vergara al poeta oriolano. Aparicio insinuó la idea de agregar a Miguel Hernández a la lista de asilados, pero Miguel no se refirió a este punto; hacía tiempo que había nacido su segundo hijo y quería ir a conocerlo a su pueblo. Entonces Vergara le contestó a Antonio Aparicio que era absolutamente imposible agregar a nadie a la lista de asilados, porque estaba, desde hacía meses, comunicada al Ministerio de Asuntos Exteriores...”.
Después de abandonar las dependencias carcelarias, Miguel se dirige a su tierra natal, pese a ser advertido del peligro que esto le podría acarrear. El veintinueve de septiembre es apresado a instancias del oficial del Juzgado Municipal, José María Martínez, alias el Patagorda, el inspector de la Guardia Municipal, Manuel Morell Rogel. Conducido con las manos esposadas, Miguel es encarcelado en el seminario oriolano. Como escribe Pérez Álvarez “en ese lugar insalubre encerraban a los recomendados”. Durante los dos meses que se encuentra en el seminario no recibe ni una sola vez la visita de su padre. Sólo acude una vez su hermano Vicente, acompañando a Josefina para una entrevista esporádica.
Me callaré, me apartaré si puedo
con mis constante pena instante, plena,
a donde ni has de oírme ni he de verte.
De los sótanos del seminario saldrá el tres de diciembre, siendo trasladado a la prisión madrileña del Conde de Toreno. Como indica Agustín Sánchez Vidal “será su despedida de la tierra que le vio nacer”.
En la prisión del Conde de Toreno reencuentra a Antonio Buero Vallejo, el cual realiza un conocido y magnífico retrato fechado el veinticinco de enero de 1940. Además el dramaturgo nos ha transmitido la decisión de Miguel de abandonar la poesía si recuperaba la libertad, para dedicarse a labrar la tierra, al teatro o al cine. Otro impresionante testimonio coetáneo es el de Eduardo de Guzmán, que acompañó a Hernández en aquellas circunstancias, describiendo de esta forma las condiciones en las que se encontraban: “Disponemos de treinta y cinco centímetros de ancho y metro y medio de largo para descansar y hemos de hacerlo materialmente incrustados unos en otros”.
El dieciocho de enero de 1940 tiene lugar el juicio, le condenan a morir fusilado por un delito de rebelión militar. Los cargos que se le imputan son sus actividades izquierdistas y su participación en la toma del Santuario de Santa María de la Cabeza. Unos pocos condenados serán indultados, Miguel entre ellos, por presiones desde dentro y fuera de España. La pena capital le es conmutada por la de treinta años de cárcel, aunque el indulto no se le comunica hasta el veintiocho de agosto. No obstante, Miguel sigue ocultando a su esposa el juicio y la condena, el veintitrés de ese mismo mes le escribe una carta que dice así: “Me han juzgado y he firmado doce años y un día de prisión menor. No te miento. El fiscal pedía treinta, y al fin me han rebajado dieciocho. No es mucha edad doce años. Ya casi todos los condenados a esa pena los suelen poner pronto en libertad”.
El veintitrés de septiembre de 1940 ingresa en la cárcel provincial de Palencia, Miguel está a punto de cumplir treinta, y desea ver a un hijo al que apenas ha podido tener en sus brazos. En la carta del veintitrés de octubre que envía a Josefina le comunica su pesar: “Sé por tu tarjeta que no tienes ganas de verme ni de que sin pensarlo, sino pensándolo mucho y sabiendo el invierno que se te acerca ahí. Desde luego, no te diré que vengas si no soluciono bien tu problema económico aquí”.
Mi corazón no puede más de triste:
con el flotante espectro de un ahogado
vuela en la sangre y se hunde sin apoyo.
El crudo invierno de 1940-41, el hambre y la debilidad quebrantan su salud, viéndose aquejado de una memoria que remontará a algunas penas. El veinticuatro de noviembre de 1940 es trasladado al penal de Ocaña, pasando por la prisión de Yeserías, donde se reencuentra con Buero Vallejo. Se intenta, no obstante, que el poeta esté lo más cerca de los suyos, dada su situación de extrema gravedad, es por ello que el embajador de Chile en España, Germán Vergara Donoso, hace gestiones para que sea trasladado a Alicante. Finalmente el veintiocho de junio de 1941 ingresa en la última cárcel, el Reformatorio de Adultos de Alicante. Pero es aquí cuando su organismo recae de la neumonía de Palencia y una bronquitis adquirida en Ocaña, que no tardan en complicarse con paratifus. El cinco de enero escribe a su madre: “Ya estoy aquí en la enfermería de la prisión, un poco impaciente de llevar treinta y siete días en cama, y eso que es la primera vez que duermo en ella después de dos años y medio de prisión”.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
En los próximos días la tuberculosis se va apoderando del pulmón izquierdo, que termina por contagiar el derecho. Su estado de extrema gravedad se refleja en una carta a Josefina de febrero de 1942 “Quiero salir de aquí cuanto antes. Se me hace una cura a fuerza de tirones y toso, es desidia, ignorancia, despreocupación”. La única posibilidad de curación pasa por su traslado al sanatorio, desafortunadamente el permiso llegará tarde. El día veintiocho de marzo dará su último aliento el poeta orcelitano, siendo enterrado en el cementerio de la ciudad lucentina.
Que me iré, como el sendero,
muy melancólicamente,
y que será muy temprano...
Tal vez no esté todavía
el sol en el meridiano.
Alfonso Moya Torres