“Viaje a las islas invitadas”. Manuel Altolaguirre.
1905-1959.
Viaje a las islas invitadas es uno más de los múltiples actos y homenajes que, en esta conmemoración del centenario de su nacimiento, se ha tributado al poeta e impresor Manuel Altolaguirre. Es por ello que, tanto la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales como la Residencia de Estudiantes, se han marcado como objetivo la consecución de una vasta exposición que rinda un justo y merecido homenaje al escritor e impresor malagueño. Una exposición itinerante que, en primer lugar en su Málaga natal y posteriormente en Madrid, trata de mostrar al público todas y cada una de aquellas múltiples empresas en las que, a lo largo de su vida, Altolaguirre se vio inmerso.
Porque lo cierto es que, al margen de su indudable e innegable valía poética, Manuel Altolaguirre ejerció también de algún modo como nexo de unión de toda aquella pléyade de poetas que vieron plasmados sus versos, y sus sueños, en fino papel y caracteres bodónicos en la imprenta que, en la madrileña calle de Viriato poseía el malagueño. Pero Manuel Altolaguirre fue un hombre con una constante inquietud latiendo en su interior, y es por ello que, a sus ya mencionadas facetas de poeta e impresor, debemos también unir las de editor, dramaturgo, director de escena y productor, guionista y director cinematográfico. Sin lugar a dudas un hombre polifacético, poliédrico, con multitud de aristas que convergen en una de las personalidades más brillantes de aquella primera mitad de siglo en la España artística.
Así, desfilarán ante nuestros ojos revistas literarias tan míticas como la malagueña Litoral, la inglesa 1616 o la impuramente poética Caballo Verde para la Poesía; ediciones de obras de Rafael Alberti, Juan Gil-Albert, Miguel Hernández o Luis Cernuda que, de su imprenta en la calle de Viriato, vieron la luz albergadas en la ‘Colección Héroe’ a lo largo de los años 30; o, tras su marcha a Cuba primero y México después, todos los proyectos que allí emprendiera, entre los que se incluye la colección de poesía ‘El ciervo herido’ o sus incursiones en el mundo del cine, allá por la década de los 50. Pero además, también se rinde tributo a Altolaguirre de otra manera, quizás la mejor y más justa que podríamos haber encontrado para homenajear a un editor; esto es, con un completísimo catálogo que se centra, lógicamente, en la propia vida de Altolaguirre, pero que además nos ofrece una amplísima panorámica de aquel brillante período cultural, quizás la mejor, de nuestra etapa más reciente.
Una cuidada, completa y casi afectuosa edición, si se nos permite el término, que se abre, quizás como no podía ser de otro modo, con una breve pero bellísima ‘Semblanza de mi padre’, a cargo de su hija Paloma Altolaguirre. Seguidamente, y tras un prefacio del auténtico organizador de esta exposición, el profesor James Valender, veremos trazada una imagen del malagueño a cargo de aquellos que mejor podrían quizás definirlo, al margen claro está de sus familiares y estudiosos; esto es, sus contemporáneos, aquellos poetas, los de ayer y los de hoy como bien reza el título, que vivieron con él aquellos días de poesía y amistad, pero también de separación y dolor. Desde José Antonio Muñoz Rojas a Luis Cernuda, pasando por Leopoldo de Luis, Juan Ramón Jiménez, José Bergamín, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Nicolás Guillén, Pablo Neruda o Juan Gil-Albert.
La inevitable sección dedicada a su biografía la conforman una meticulosa y exhaustiva ‘Cronología’, a cargo nuevamente del profesor James Valender, y las ‘Etapas de una vida’, en que se realiza un acercamiento mucho más concreto a distintos aspectos de la trayectoria vital de Altolaguirre: sus años juveniles en Málaga, su madurez poética en Madrid y las iniciativas que allí emprendió o su posterior exilio a Cuba México. Asimismo, y como no podía ser de otro modo, se nos muestra un espacio dedicado a una de las disciplinas en las que más y mejor destacó, y por la que siempre será recordado en el ámbito de las letras españolas: la de editor e impresor. Se analizarán la revistas Litoral y Caballo Verde para la Poesía, su labor durante la guerra civil española y sus incursiones en las ediciones tanto de clásicos españolas como de poetas hispanoamericanos, durante su exilio en Cuba y México.
Para finalizar, y como buena y ordenada relación de artículos, libros y documentos con interrelación entre sí que es un catálogo, se nos ofrece la lista de obras y material diverso expuesto en la exposición, así como un índice onomástico final; lienzos de colecciones privadas, fotografías o primeras ediciones de obras pertenecientes al fondo de la familia Altolaguirre y al de la Residencia de Estudiantes mayormente, pero también a otros fondos particulares. Dato éste que vuelve a reiterar la gran labor que, desde la organización del proyecto, se ha venido haciendo, conformando una de las más completas, rigurosas y merecidas exposiciones que sobre un autor español se hayan llevado a cabo.
Este catálogo es, sin duda, el mejor homenaje que podría habérsele tributado a una figura literaria de la talla de Manuel Altolaguirre. Un hombre polifacético y emprendedor, que se mantuvo siempre con discreción a la sombra de los mejores poetas, pero que profesó un amor quizás mayor que estos últimos hacia la poesía, pues fue capaz de dejar de escribir la suya propia con tal de editar la de los demás. Aún así, valgan estos versos, pertenecientes a su poemario Fin de un amor, para constatar que su talla lírica no desmerece, en ningún caso, a la de los mejores poetas de aquella generación suya, la de 1927.
Isla de eternidad de costas muertas,
Muerta de sed de tiempo, rodeadas
De una niebla de olvido interminable.
(...)
Tus bordes son abismos. Nada existe.
Todo es ausencia menos tu recuerdo.