Colaboraciones
EL RASTRO DE LA VIDA
‘Clausuras’, una exposición de Pedro Cano (Alicante-Abril 2005)

Organizada por la Caja de Ahorros del Mediterráneo, y en su sede de la Obra Cultural de Alicante, alumnos del Taller de Empleo de la Fundación Cultural Miguel Hernández junto con el profesor del módulo de Gestión Empresarial,visitaron la exposición guiados por el pintor, que explicó los pormenores de su elaboración, su visión de la pintura y su experiencia en Roma y Nueva York, lugares donde ha desarrollado su reconocida obra.

En un siglo movido, como el que dejamos, con predominio de la imagen sobre la palabra, en el que Juan Ramón Jiménez quería dejar unas cuantas palabras verdaderas, Pedro Cano (Blanca, Murcia, 1944), nos lega una colección de imágenes autenticas y reconocibles por todos.

Todo está dicho sobre su obra, en cuanto a su técnica y sus temas de interés. La recreación de objetos cotidianos, confiriéndoles un hálito poético, a través de la técnica de la transparencia, y utilizando materiales siempre acordes con los objetos tratados, hacen de su creación un lenguaje único y ya inconfundible.
Mobiliario doméstico, objetos cotidianos, humildes macetas, aparecen constantes en su obra, que nos llega en términos hernandianos con tres heridas: la de la vida, la del amor, la de la muerte.

La de la vida, cansada y desfalleciente, donde todo ha ocurrido y queda su rastro humano en las cosas.

Qué lejos el pintor de la factoría y la fabricación en serie, y qué cerca de los anticuarios, rastros y el desorden de los mercados.
La del amor, en sus temas de abrazos de la época de su viaje a Sudamérica.
¿A dónde irán los abrazos que no damos?, se pregunta Víctor Manuel. Aquí están en estos cuadros de soledad y abandono, verdadero infierno humano, pero con la puerta entornada a la esperanza: “esperando el milagro que sacuda este barro, que incendie las orillas de este río lento, doloroso y oscuro que arrastra por el mundo la existencia” 1.

La de la muerte, en sus temas de desamor y desarraigo, pero un morir que prevenga de aquel vivir sincero en el que tuvo amor, sentido y abandono, del que nos habla Rilke 2.

Pedro Cano establece un dialogo a través de la imagen de su estado de ánimo con el mundo, y en su obra, a través de su cosmovisión, vemos la evolución de sus temas de interés, verdadera biografía vital, en que aparecen tres constantes actitudes:

- una actitud ética, por cuanto su sinceridad descarnada, lejos del pudor nos da imágenes verdaderas, en las que todos nos reconocemos, y he aquí lo sorprendente de su obra, de atención a objetos de interés local y cercano, que deviene interés universal;

- una actitud estética obvia, que nos devuelve los objetos con un hálito poético que los recrea y eleva, lejos del tratamiento banal de los realismos fotográficos, donde la atmósfera quieta nos indica que todo acaba de terminar, mostrándonos el rastro de lo humano en las cosas: tristes guerras si no son de amor, diría Miguel Hernández, escenario de ausencias, donde habita el olvido, diría Cernuda y Martínez Calvo, polvo enamorado, el genial Quevedo;

- y una actitud casi religiosa, por cuanto la sinceridad es abandono, que deja las obras oscilando por épocas entre una actitud casi existencialista, que se pregunta el porqué del esfuerzo humano a cada momento y su sinrazón, “pinto luego existo”, podría decir el pintor;

- y otra humanista, en la que el soplo de la gracia está al llegar y se confirma en sus temas vegetales que cantan los frutos de la naturaleza, podríamos decir no expulsada del paraíso con el resto, redimidos ahora por el esfuerzo humano, y presente en sus múltiples litografías, o, en terminología hernandiana, el canto de los frutos de la tierra callada, del trabajo y el sudor.

Pedro Cano, finalmente, no pinta, busca a través de la pintura, utilizada como forma de conocimiento, el fondo de las cosas, para anclar la propia existencia a veces, para llevarla al vuelo del trazo transparente otras, con la misma actitud que tomó el hombre de Altamira:

Con tristeza a veces, con estupor otras, como el que se levanta de la siesta, con pasión las más, con sinceridad siempre y una luz de su Blanca natal, presente en todo momento, inmisericorde en los agostos tórridos que la asemejan al Macondo de García Márquez, al Páramo de Juan Rulfo o al Bomarzo de Mújica Lainez, transparente otras, oteando el mundo en sombra y neblina como desde una caverna, clara en los septiembres de Alto Bayna y la Peña Negra, de paleras y pitas. Mediterránea siempre, del llanto eterno que han vertido en ella cien pueblos de Algeciras a Estambul, que el pintor ha visitado en busca del centro de gravedad permanente de las cosas, para pintar de azul sus largas noches de invierno, que nos deja para todos en sus cuadros, dando respuesta y consuelo a nuestra propia inquietud a través del arte, y cumpliendo con su misión de acompañar la vida, tratar de explicarla y colmar la sed de absoluto.
Tal que Machado, que nada nos debe, le debemos cuanto ha escrito, así quedo ante la obra del pintor, un corazón tendido al sol, ya convertida aquélla en clásica.

1 Salvador Jiménez. La orilla del milagro.
2 R. M. Rilke. Elegías del Duino.

Alfredo Jiménez
Taller de Empleo Miguel Hernandez II

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