Miguel Hernandez y el Amor

Este mes de febrero, marcado por el “amor” (Día de San Valentín) analizamos el” tema amoroso” realmente tan hernandiano, desde el punto de vista de las relaciones humanas entre hombre y mujer con todas sus connotaciones sexuales, implícitas en muchos de sus poemas.

Para Miguel Hernández la poesía amorosa tiene valor en sí misma, no necesita de artificios: <<la poesía es siempre un acto de amor>>.

Según Leopoldo de Luis ningún amor nos ata más a la persona amada que el amor libre; con ello deja entrever que el amor consumado en la pareja es el que más une a la misma.

La poesía de Miguel Hernández es claramente una poesía amorosa, no solamente una poesía de amor, ya que si leemos sus poemas adivinaremos en ellos sus plenas vivencias enraizadas en los más profundos deseos y sentimientos.

Sólo viendo la figura de Miguel como un hombre enamorado y apasionado se puede entender su poesía:

¡Bienaventurado aquel
que sin fijarse en mis ramas
ni en mis frutos llegue a mí
solo por amor, por ansia
de tenerme y de mirarme
con enamorada rabia!

(Representa el ansia que tiene Miguel Hernández de ser amado por lo que él es y denota todavía su juventud, inocencia y la influencia de su educación católica. Ansia que tiene de ser amado con la misma intensidad que él ama, aunque todavía muy recatadamente y de forma más platónica).

En sus primeros poemas aparecen composiciones vacilantes donde trata el tema amoroso de forma más platónica y en los cuales emanan sus influencias de poetas románticos del siglo XIX: Zorrilla, Espronceda...

La poesía amorosa del joven poeta impregnada de barroquismo deja entrever connotaciones sexuales revestidas de cierto misticismo, utilizando símiles frutales para referirse al sexo. Ve en la primavera referencias sexuales (higos, dátiles...):

-La primavera: la fruta estallando de los árboles le hace en su interior ver la sexualidad, la impureza y la provocación a pecar que no le ayudan en absoluto a reprimir sus deseos internos.
-El invierno: Miguel ve en el invierno una invitación al recatamiento y la castidad.

¡Abiertos, dulces sexos femeninos,
o negros, o verdales:
mínimas botas de morados vinos,
cerrados: genitales
lo mismo que horas fúnebres e iguales!
(El higo = genitales femeninos)

Otra de las influencias que enriquecen el lirismo de la composición
sería una lectura desde un enfoque “petrarquista”, siendo Antonio Gracia el primero en dar esta interpretación, aunque no el único: María Dolores Martos Pérez también señala esta influencia en la obra hernandiana, remarcándola como una de tantas influencias en el libro de Miguel “El rayo que no cesa”. El petrarquismo de Miguel le vendrá dado de forma indirecta a través de autores como Garcilaso de la Vega, Boscán y Quevedo, junto con la Generación del 27, opinión compartida por el estudioso José María Balcells.

Podríamos marcar una diferencia clara entre su primera obra “Perito en lunas” y su obra “ El rayo que no cesa”:

En “Perito en lunas” reflejaría un amor “visto desde la barrera”.

En “El rayo que no cesa” se plasmaría un amor involucrado en cuerpo y alma, entregado a la pasión amorosa, tanto en el marco sentimental como sexual. La palabra “rayo” es utilizada como metáfora, con ella nos expresa la pena de amor (reflejada en muchos de sus poemas) causada por la insatisfacción erótica.

El superrealismo francés también marcará en “El rayo que no cesa”, autores como André Breton y Engels, que defendían la libertad sexual.

En sus obras “Viento del pueblo” y “Cancionero y romancero de ausencias”, el hombre se identifica con la luz plena del sol y la mujer con el poder fecundante de la luna, de cuya unión surgirá el hijo. Se refleja la unión carnal que permite al hombre realizarse plenamente.

Esta serie de influencias llegaron a Miguel de forma indirecta a través del ambiente literario que frecuentaba durante cortos espacios de tiempo, lo que le llevó a moldear su visión global de la realidad.

La primera condición para escribir poesía amorosa es estar enamorado, como él lo estuvo de Josefina Manresa, Maruja Mallo y María Cegarra; Miguel Hernández se personifica de cuatro formas diferentes en su obra “El rayo que no cesa”, para diferenciar estos tres amores:

La primera representación sería como él mismo, como persona, ante el amor de Josefina Manresa, un amor correspondido pero no plenamente satisfecho en el ámbito sexual.

La segunda como el toro, que es uno de los símbolos más representativos del mundo poético de Miguel, le da valor como símbolo de pasión noble, de masculinidad y bravura, que le otorga el placer de amar y a la vez el dolor de la muerte.

La tercera como barro, en la cual pierde la entidad propia de persona y se personifica en lo más humilde y bajo, él adquiere sentido en su vida únicamente a través de la huella de su amada.

La cuarta como el buey dócil y manso que acata los deseos y caprichos de su amada, con el único objetivo de conseguir su atención y amor.

“Al igual que Rubens tuvo sus musas en la pintura, Miguel Hernández tuvo sus tres musas en la poesía”.

Estas tres mujeres configuraron el universo amoroso de Miguel Hernández:


Josefina Manresa
“Te me mueres de casta y de sencilla...
Estoy convicto, amor, estoy confeso
de que, raptor intrépido de un beso,
yo te libé la flor de la mejilla”
(...)
Maruja Mallo
“Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro”
(...)
María Cegarra
“Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame”
(...)
Antonia Mª Femenía López
Mari Trini Ruíz Báguenas
Mª José Lidón Andrés"
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