Miguel contempla un universo regido por el sol, vivificador de la naturaleza vegetal, animal y humana. La evocación del niño hace alusión a las flores (rosa), y a los pájaros (alondra). Se muestra asociada a la luz de dos gamas cromáticas: azul y dorada; símbolo de esplendor y felicidad, sol benefactor y de brillante belleza:
Pie. Pluma. Espuma. Rayo.
Ser como nunca ser.
Alborear del pájaro.
La infancia es la luz que ilumina el día, rosas y flores por su belleza. Nuevos niños son nuevos soles, nuevos amaneceres:
Entre las flores me quedo.
Su pasión por la vida la plasmaba en la pervivencia de su nuevo hijo, que le ayudaba a seguir viviendo:
con todo de la mano.
Eres mi ser que vuelve
hacia su ser más claro.
El Universo eres,
que gira esperanzado.
Miguel escribe una poesía al niño con delicados matices de ternura, a causa de sus experiencias vividas: su primer hijo nació y murió sin que pudiera verlo.
A él le escribe el poema “A mi hijo”, donde hay versos tan bonitos como éstos:
“desde que tu eres muerto no alientan las mañanas”.
“te ha devorado el sol, rival único y hondo”.
“vengo de enterrar un pedazo, de pan en el olvido”.
Las penas se empequeñecen ante el milagro de la vida. Nace su segundo hijo, que es para Miguel una explosión de savia humana y espiritual. Entre las cartas que mandaba a Josefina hay frases enternecedoras:
“Tengo unas ganas muy grandes de oírte nombrarme y de verte y de comerte esos dientes, esos cinco dientes que ya tienes...tengo grandes ganas de cogerte por mi cuenta y comerte. Aprende mi nombre y aprende a morder, para que me comas tú también cuando me cojas”.
Los cuentos que escribió a su hijo definen la vida del niño con risas, juegos y encuentros con los animalitos, como una rueda que gira en el mundo hasta que llega el crepúsculo y empiezan los sueños.
Un niño redondeado y bien comido que juega y revolotea sobre la tierra que da la vida. La tierra es su caballo y su madre, su refugio.
Entre los poemas al niño de vida, se encuentran las “Nanas de la cebolla”, de cuyos versos elegimos éstos:
Es tu risa en tus ojos la luz del mundo...
Ríete siempre.
El poeta quiere que perdure la risa en el niño como luminosidad.
El nacer es el hecho de morir. Lo describe con ocultación del sol:
Lo eterno ni nace ni muere:
los tres nombres de la vida.
Vida, muerte, amor
tantas claras veces ida,
vino y los borró.
Le obsesionaba que no le quisiera. No podía verlo y le creaba juguetes, y le hacía dibujos en la cárcel:
Para Manolillo.
De ahí estas líneas de una carta del 23 de mayo de 1941:
y pienso ganarme su confianza con ellos,
porque si no le llevo nada, no sé cómo
puede empezar a quererme y confiar en mí.
También escribe a sus cuñadas y ahijadas Gertrudis y Conchita. Las cartas las adornaba en los márgenes con dibujos de animales, niños, casas y payasos.
Madrid, 5 de febrero 1940
Mi queridísima Conchijotita, hija mía, la más pequeña y la más traviesa de Cox. Estoy muy bien y no olvidaré llevarte una caja o una jaca de milojas para Manolillo y para ti, tampoco olvidaré las galletas y la muñeca. (...) Di a Josefina de mi parte que te compre por lo pronto una miloja en donde las haya, que yo se la pagaré. Desde luego eres la que mejor escribe de las tres.(...). Dime si estás gorda. Toma un abrazo y muchos besos de tu padre el más joven Miguel.
Madrid 5 de febrero 1940
Mi queridísima hija Gertrudis:
Muy bien. Así me gusta. Ya era hora de que me escribieras tú dices que no me escribes porque vas a la sierra, pero eso es una excusa. (...).
Que te compre Josefina una miloja. Te la mereces. Pronto nos veremos y os traeré a Madrid. Dime quién es la que se lava la cara todos los días antes y se peina más veces.
Debes ser tú, que eres la más limpia. Dime si es verdad que te acuerdas de mí. Pronto iré y en cuanto llegue por la noche te contaré un cuento.
Te abraza y besa tu padre Miguel.
A pesar de su precaria salud sigue escribiendo su Cancionero. Miguel amaba a los niños y nunca dejó de ser uno de ellos. Dentro de su cuerpo de hombre anidaba un alma infantil. Así le describieron las personas que le conocieron.
Para Miguel todas las personas eran buenas. Creía que, como él, nadie le guardaría rencor. La buena fe le hizo volver a su pueblo, y sufrió esta equivocación. Ya en la cárcel sobrevivió a su tragedia y sintió que había dejado de ser niño:
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Los niños son amaneceres, sol de un vivir ceniciento. Su infancia no fue relevante pero era movida e interesante con la naturaleza en su entorno: los montes, las acequias y las cabras que le rodeaban:
ni trajes, ni palabras.
Siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Se divertía cogiendo ranas, subiendo por la sierra, bañándose en las aguas del balneario de San Antón, jugaba al fútbol... Era muy estudioso, le gustaba mucho comer, bebía leche con nata de sus cabras y sus frutas preferidas eran los higos de la higuera y los higos chumbos de pala. Ambos los tenía muy cerca: la higuera en el patio de su casa y las paleras subiendo a la sierra. Desde bien chico aprendió los secretos de la naturaleza.
a los de la noche buscan
cerca la luna.
la medianoche te turba.
cerca la luna.
Su padre era severo y autoritario: en contraposición, su madre le protegía y ayudaba a conseguir lo que quería. Su gran amor por la lectura y la poesía lo hacía considerarse un niño feliz.
Sus primeras letras las aprende salpicadas de catecismo y rezos, fue monaguillo y recitaba sus poemas religiosos en el teatrillo en días de festividad, acentuando el brote litúrgico.
Cuando a los ocho años su padre le asignaba unas cabras para pastorear, él escribía a lomos de alguna de ellas. Nunca le faltaba su trozo de lápiz y papel en el bolsillo, para apuntar todo aquello que veía y le venía a la imaginación. Como buen pastor conseguía con sus silbidos agrupar a sus cabras y disparar la honda, para atraer a las más remisas, y después, tranquilo, contemplaba el paisaje y las luces de Orihuela.
Rueda que irás lejos.
Ala que irás muy alto.
Torre del día eres
del tiempo y del espacio.
Sus primeros versos fueron publicados en el periódico local “El Pueblo”, bajo el título “Pastoril”. A los catorce años abandona el colegio. Así acaba una etapa de su infancia.
En su adolescencia, la gente del pueblo le tomaba por chiflado, por querer ser él, pastor, poeta...
para que el mar me enterrara,
me dejara, me cogiera,
¡ay de la ausencia!
Sobre el injusto e indefenso mundo de los niños varios poetas han levantado su voz, con una profunda preocupación social, porque: “los poetas-escribió Miguel-somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sentimientos hacia las cumbres más hermosas”.
Hay un cambio social desde la niñez de Miguel a la actual: en esta época hay niños yunteros, niños que cuidan de otros niños, niños que para quitarse el frío, las penas o el hambre respiran olores fuertes hasta doparse. Sirva de anécdota lo que un turista déspota le dice a un niño: ¿qué pides, niño?, y el niño con orgullo grita:¡yo no mendigo, me ofrezco a hacer algo a cambio de algo!. Quién salvará a este chiquillo, se desconoce la respuesta de la sociedad. Miguel canta a este niño con más dolor que alegría: más raíz de la tierra que criatura humana, su injusto destino le duele amargamente. El poeta apela a la conciencia de la sociedad adulta para proteger a este niño, que representa a muchos niños oprimidos:
cuerpos y cuerpos.
qué ceniciento!
fértil y tierno!