Arturo Alessandri Palma, el Presidente de Chile, mostraba simpatía por el bando rebelde. Sin embargo, este asilo masivo que ofrecía Núñez Morgado a los sediciosos, comenzaba a ser un verdadero dolor de cabeza para el Gobierno chileno. La reprimenda no se dejó esperar: Ud. dio no sólo refugio provisional, sino que asiló, en contravención a las instrucciones expresas y reiteradas del Gobierno, que en diversas oportunidades impartió instrucciones de no recibir más asilados. No obstante el número de éstos siguió en aumento. Núñez Morgado hacía oídos sordos a las instrucciones de su gobierno. En sus memorias nos cuenta una situación muy distinta: Por fortuna, para la tranquilidad espiritual del Embajador de Chile, el presidente de su patria, Arturo Alessandri, le alentó siempre con su palabra cariñosa y llena de estímulo por la obra que realizaba.
Con Neruda, el cónsul titular, instalado en Francia y con el Embajador y el Encargado de Negocios trabajando activamente en el asilo de los franquistas, el tener una sede consular sin cónsul no tenía sentido. Núñez Morgado trasladó el domicilio de un presunto consulado, con el fin de seguir salvando las mansiones de sus ilustres amigos y, a la vez, con el noble objetivo de aliviar la incomodidad de sus huéspedes. El embajador señala que: ha protegido también con su bandera y ha instalado allí, aunque sea nominalmente, el Consulado de Chile, en la gran casa de la señora Viuda de Riu, sita en la Plaza de Salamanca, donde trasladará una parte apreciable de sus refugiados que sufren de estrechez donde actualmente están. Más adelante justifica el nombre de consulado dado a la casa de la viuda. Refiriéndose a tres niños que se asilaban en su propia casa, dice: Más tarde los puse en el local que bauticé con el nombre de consulado. El consulado de Chile en Madrid, brillantemente servido por tres connotados escritores chilenos; Víctor Domingo Silva, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, todos galardonados con el Premio Nacional de Literatura en su país y los dos últimos, con el tiempo, laureados con el Premio Nobel de Literatura, se convertía, por voluntad del embajador, en pretexto para "nominar" o "bautizar" la gran casa de la Viuda de Riu.
Por alguna desafortunada indiscreción, al embajador se le escapan confidencias sospechosas respecto de su propia participación en el conflicto: Con referencia a los bombardeos de Madrid por la aviación nacional, da cuenta el Embajador de Chile que se ha dirigido a su buen amigo el Ministro de Chile en Lisboa, Sr. Azócar, para que, a su vez exprese al representante de la Junta de Burgos los inconvenientes que trae consigo esa operación cuando no se realiza sobre objetivos militares, ya que la mayor parte de las veces produce solamente víctimas inocentes.
Núñez Morgado confirma así los testimonios de mucha gente, entre ellos Neruda, Rafael Alberti, María Teresa León, Luis Enrique Délano, respecto a la indiscriminada elección de los objetivos a bombardear en la capital española. Es loable la gestión que dice tener al intentar subsanar tales inconvenientes. Además, -como se deduce de la cita-, el embajador tenía gran facilidad para entregar información a la Junta de Burgos. También señala que tenía su propio servicio de espionaje: Otro chileno actuó también, como Giménez, en forma activa y diligente; Roberto Deglané, popularmente conocido en las esferas deportivas como Bobby. Para ellos no había misión que les arredrara; pero su mismo ardimiento les hacía cometer imprudencias. Había que detenerles, había que templar sus ímpetus, era necesario conducirles un poco. Deglané llevaba mi representación a las cárceles; pero llegó un momento en que hube de relevarle de esas tareas por saberle amenazado de muerte.
Con el correr de los años, Bobby Deglané fue un popular animador de radio y televisión en la España franquista. Su consagración como comunicador vino de la mano de Cabalgata fin de semana, un popular programa que comenzaba a las 22'30 horas de los días sábados. Fue el locutor estrella de la cadena SER. Incluso hizo apariciones en películas como Historias de la radio, de José Luis Saenz de Heredia. El mismo personaje que invitó a Neruda al espectáculo de lucha libre en el Circo Price, fue también un activo y diligente cumplidor de las "misiones" encargadas por el Embajador de Chile en España.
El peso de la suma de errores diplomáticos obligó a Núñez Morgado a abandonar España. Salió vía Valencia en abril de 1937, dejando a Morla Lynch al cuidado de más de dos mil asilados, no sin problemas añadidos. Señala Morla en su diario: Hube de vencer, al hacerme cargo de la Embajada, la difícil situación creada por la admisión en ella, por iniciativa del señor Embajador, de nuevos refugiados después de entregadas las listas [al Gobierno Republicano], con lo que se faltó al compromiso contraído.
Sin embargo, la salida de Núñez sufrió algún retraso. Al momento de abordar el avión en el aeródromo de Manises se vio envuelto en un turbio asunto. Se le acusaba de ser portador de dos docenas de millones de pesetas y de algunos documentos comprometedores destinados a Franco. El tema fue aclarado con la ayuda del cuerpo diplomático y finalmente pudo salir del país. No se pudo probar la acusación. Pero, por otra desafortunada indiscresión, creemos que el embajador no era del todo inocente. Morla, en su diario, dice saber que: en las cajas de fierro de la Embajada, de propiedad del Sr. Núñez Morgado, existen algunas joyas y valores recibidos en custodia por él, de los cuales sacó gran parte al extranjero. Además, señala Morla, el embajador mantenía un arsenal para la "defensa" de la Embajada, que el Embajador Núñez Morgado había traído desde Alemania.
La partida de Núñez Morgado no aminoró los problemas de Morla. Sin renunciar a su cargo de Embajador acreditado ante el Gobierno de la República, desde Biarritz u otros sitios seguros, dictaba conferencias radiadas en las que hacía alarde de la cantidad de gente que había salvado, calificando de asesinos y canallas a los hombres del Gobierno republicano, con lo cual, -señala Morla-, colocaba a nuestra Embajada en Madrid y a todos los asilados en ella, en una situación angustiosa y de mayo riesgo.
Una vez terminada la guerra, cuando Morla desempeñaba un cargo diplomático en Alemania, la prensa chilena recogió una noticia que no debió sorprender a nadie: En nombre del Canciller Adolf Hitler, el Secretario de Estado Herr Weizhaegker, entregó al Encargado de Negocios chileno Sr. Morla Lynch, la Orden del Águila alemana con Estrella. Morla Lynch recibió esta condecoración por los servicios prestados en Madrid durante la guerra civil española, en el curso de la cual prestó su apoyo a los ciudadanos alemanes residentes allá. En la misma fecha, el Gobierno del Reich también otorgaba la condecoración Cruz del Mérito de la Orden del Águila Alemana, con Estrella al ex embajador Aurelio Núñez Morgado.
Hasta aquí, la historia es conocida, o poco conocida. Sin embargo, siempre aparecen nuevos datos que sorprenden. Fue lo que sucedió hace un par de años en el Consulado General de Chile en Barcelona. Revisando copias de viejos documentos, encontré uno que llamó mi atención. Se trataba del certificado de inscripción de un ciudadano chileno en el consulado de Madrid. Me sorprendió la fecha, los nombres de los firmantes y el del inscrito:
En Madrid, a 18 de julio de 1936, el suscrito cónsul de Chile en esta capital, procede a matricular a don Roberto Deglané Rodríguez, ciudadano chileno, nacido en Iquique el 18 de noviembre de 1905, hijo de Pedro y de Aurora, de profesión periodista, de estado civil soltero. Reside accidentalmente en Madrid, calle General Porlier 15.- Presenta como comprobante de nacionalidad su Cédula de Identidad Personal Nº 568071, expedida por el Gabinete de Identificación de Santiago, el 20 de noviembre de 1933. Firman como testigos de la inscripción don Luis Enrique Délano y don Miguel Hernández, chileno y español respectivamente, a quienes conozco.
Firma: Pablo Neruda, Cónsul de Chile en Madrid.
Es evidente que Bobby Deglané causó muy buena impresión al cónsul chileno. En sus memorias lo describe como un chileno simpático y aventurero. Le abrió las puertas del consulado un día sábado para realizar el trámite de inscripción. Y, como si esto fuera poco, firmaron como testigos el canciller, Luis Enrique Délano y el poeta Miguel Hernández, quien a los pocos años moriría tras un largo y cruel periplo por las cárceles franquistas. Pero, tanto el cónsul como los testigos no podían imaginar que en el transcurso de la guerra, Bobby Deglané, quien recordó su nacionalidad chilena el mismo día del inicio de la rebelión, formaría parte de la red de espionaje del embajador de Chile en España. En agradecimiento, el chileno simpático les regaló entradas para el espectáculo circense.
*Julio Gálvez Barraza es autor del libro Neruda y España. Ril Editores, Santiago de Chile, 2003.
Subir