pueden separar; Orihuela y Miró están unidos
tan íntimamente por lazos de origen,
sentimentalismo y formación educativa, que
Orihuela y Miró son una misma cosa”.
J.M. Ballesteros
Vástago de la fértil y gentil huerta orcelitana, pudieron sus ojos admirar la sin par belleza de la luz al contemplar la magnificencia de tan excelsa ciudad un 20 de noviembre de 1897. Educado en el seno de una familia acomodada y muy vinculada al ámbito político oriolano, llegando su padre, Francisco Ballesteros Villanueva a ejercer los cargos de Alcalde de Orihuela y Gobernador Civil de Albacete y Valencia.
Desvinculado del ambiente político familiar, José María Ballesteros inicia sus estudios de Bachillerato en su ciudad natal, trasladándose posteriormente a la Universidad de Valencia, donde estudia Medicina. Pero jamás raíz vivió sin tierra ni hombre sin raíces, y es en este punto vital que, volviendo sus pasos atrás, se estableció en Orihuela una vez más, siendo nombrado médico titular para ayudar a los demás y observar al hombre en su ciudad y relatar líricamente su pesar.
Observador, cuidadoso, pulcro, apasionado de la lectura, así será José María Ballesteros, y así lo reflejará tanto en su profesión como en su obra.
Aquejado de una dolencia pulmonar, aceptó ingresar en el afamado balneario de Busot, en donde, apacentado por el suave murmullo de cristalinas aguas y despertado en su ánimo por la paz y el silencio de tan prolongadas horas de inactividad, trajo en su fornido brazo su primera novela Las Huellas, cuya trama se desarrolla, casi en su totalidad, en Busot, ofrenda que tributa a tan placentera estancia, publicándola en Orihuela en el año 1929.
Pronto se incorporará a la animosa vida olecense, y con su primera obra ya finalizada comienza a dedicarse más activamente a escribir, llegando a colaborar en la prensa local: Actualidad, Voluntad, Destellos, así como con publicaciones de tirada nacional: La Verdad, de Murcia, ABC y Ahora, ambos de Madrid. Sus colaboraciones le llevarán a conocer las frecuentes tertulias de la tahona de los Fenoll, entablando amistad con noveles escritores oriolanos.
En 1930, un año después de ser publicada Las Huellas en Orihuela, nace su segunda novela, Oriolanas: Cuadros y costumbres de mi tierra, que contará con el beneplácito de la crítica, convirtiéndose en su mejor obra. Es en este mismo año cuando publica en Voluntad el artículo Pastores poetas, dedicado a Miguel Hernández a quien había conocido en la tahona.
Su colaboración con los jóvenes literatos dio como fruto el homenaje que se ofició en Orihuela el 2 de octubre de 1932 a Gabriel Miró, con la inauguración de un busto en la Glorieta y la publicación de El Clamor de la Verdad. Es en este único número donde publicó un artículo titulado Orihuela y Gabriel Miró, que, suscitando la admiración de todos, obtuvo el premio de la Asociación de la Prensa de Alicante. Será en este mismo año cuando dé a luz el primer tomo de su obra, Mis Crónicas, que trataría de ser una recopilación de todos los artículos que había publicado en prensa desde 1928, con prólogo de D. Elías Abad.
Gozó de una relación amistosa con los editores de El Gallo Crisis, sobre todo con el Padre Buenaventura de Puzol, con el que intercambió fructíferas charlas.
El 29 de octubre de 1934, recién iniciado el otoño, contrae matrimonio con Antonia Germán Mancheño. Tuvo dos hijos.
Pero su cuerpo se marchitaba y su luz no alumbraba, mientras su mente clamaba y luchaba en un postrero esfuerzo por publicar su último libro, Naranjos y limoneros, novela prolongada por Ernesto Giménez Caballero. Su temprana muerte no le permitió que vieran la luz tres de sus obras, quedando inéditas el segundo tomo de los artículos de prensa, A la bordada sombra de un almendro en flor, Los dos obispos, y Levante humanizado de una prosa poetizada, biografía dedicada a su admirado Gabriel Miró. Finalmente las sombras cubrieron su cuerpo con el sudario de la muerte un caluroso 24 de junio de 1939, pero jamás su recuerdo.
Verónica G. Ortiz
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