Loor a Miguel Hernández

Miguel, tu cruz de férreo peso,
es como una losa pura y dura
para tu inerte y laxo cuerpo.

Eres frágil como un vidrio endeble
que soportas con estoica entrega,
el trabajo de tu sufrida pena.

Detén Tu rostro amargo y enjuto,
y no seas víctima de tu sufrimiento,
de tu aislamiento y de tu sepulcral silencio,
y como tú decías de turismo en turismo,
por celdas opacas y oscuras de las cárceles.

Has vivido siempre bajo un túnel negro
de larga pesadilla, ya que fue
como una aldea perdida en un rincón olvidado.

Supiste crecer desde la más baja raíz,
convirtiendo el olor de tus cabras,
el olor de los pinos, el olor de tus funestas
sombras trágicas, en manantiales
de estrellas iluminadas.

Tu muerte fue como un ahogamiento de mi voz,
de mi soterramiento.
Mi mirada rasposa se perdía en lontananza,
entre sollozos tristes y agónicos.

Ahora quisiera con mis tristes
y llorosos ojos, abrir palmo a palmo
el secreto de tu huella, y arrancar con mis manos
el reposo de tu cuerpo esquelético.

Me acompañarás siempre allá por donde vaya,
y con tu alma viva en mi pecho,
seré un hombre abierto a mi albedrío.

Entre mi dolor e inquietud por tu ausencia perdida,
es todo un cúmulo de añoranzas
que perdura aún en mi corazón herido.

Antonio Pons Vila
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