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Título: Caballo Verde para la Poesía.
Lugar: Madrid. - Datación:
Cronología:1935-1936.
Primer número: Octubre de 1935.
Último número: Enero de 1936.
Números editados: 4.
Existe reedición facsimilar de Caballo Verde para la Poesía con prólogo de Pablo Neruda y J. Lechner en Nendeln, Liechtenstein, Kraus Reprint, 1974. - Sede social
Redacción: No consta en la revista..
Administración: No consta.
Teléfono: No consta.
Lugar donde se imprime: Madrid.
Impresores: Manuel Altolaquirre y su esposa Concha Méndez.
Dirección de la imprenta: Calle Viriato, nº 73. - Características técnicas
Número de páginas: 9.
Dimensiones: 29 cms. x 22’2 cms. Estaba cosida a mano.
Número de columnas: 1.
Secciones: No hay secciones.
Tipografía: La tipografía utilizada en la revista responde a la típica de los Altolaguirre, elegante, con mucho espacio entre las estrofas de los poemas y la presencia de un tipo de letra llamado ‘Bodoni’, introducido por él mismo.
Suplementos o números extraordinarios: No hay.
Libros editados: El único libro aparecido bajo el pie editorial Caballo Verde fue El tímido (1936), de Víctor María Cortezo.
Ilustraciones: Contiene algunas ilustraciones, realizadas, entre otros, por Caballero, Cabezón, Moreno y Pontones.
Periodicidad: Mensual.
- Empresa periodística:
Editores y administradores: Manuel Altolaguirre y Concha Méndez.
Director: Pablo Neruda.
Administradores: Manuel Altolaguirre y Concha Méndez.
Precio del ejemplar: Según consta en la contraportada de los los primeros números, su precio era de 2’50 pesetas, aproximado al de otras revistas literarias de la época.
Puntos de venta: No constan.
Suscripción: No consta.
Colaboradores: Entre otros, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Arturo Serrano Plaja y el oriolano Miguel Hernández. Junto a todos ellos, hay que mencionar a los autores extranjeros Délano, González Tuñón, Molinari, Gebser y Delons.
Teniendo en cuenta que arranca, en este mes de Junio, el centenario del nacimiento del poeta e impresor andaluz Manuel Altolaguirre, resultaba ciertamente ineludible no analizar una de las revistas que, sin duda alguna, marcó uno de los cenits de las editadas en los años 30 de aquella convulsa España prebélica. Pues a pesar de que el nombre de Caballo Verde para la Poesía siempre remita al chileno Pablo Neruda, a la polémica entre poesía pura e impura o a la posible politización que la revista llevaba implícita, tópicos que, como suele suceder con los buenos tópicos, no llegan a ser del todo ciertos, no podemos llegar a saber hasta qué punto esta revista hubiese sido la misma sin la exquisita edición e impresión de Manuel Altolaguirre. Aunque la sombra del poeta chileno es alargada, abarcando todo lo imaginado y lo imaginable, en ningún caso se debe restar ni un ápice de importancia a la fantástica labor del fino editor malagueño. Los ejemplares seguían todas las pautas, tanto compositivas como tipográficas, de Altolaguirre, que ya podían ser rastreadas en otras revistas suyas, como Litoral. Estas características, en palabras de Julio Neira, que dedica atención especial a la edición de revistas poéticas en España, eran “una gran atención a la belleza de los tipos y al juego combinatorio de los colores de la tinta, y además era exclusivamente poética, lo que contrastaba con lo que fue habitual durante los años republicanos”.
Únicamente vieron la luz cuatro números de este proyecto, entre noviembre de 1935 y febrero de 1936, con periodicidad mensual, editados en la imprenta que Manuel Altolaguirre y Concha Méndez tenían en la calle Viriato de Madrid. Sería la guerra civil la que, tristemente, se encargaría de truncar este bello proyecto literario. Pero si la contienda bélica no hubiese irrumpido con inusitada virulencia, dos números más del Caballo Verde... estaban ya listos para salir a la calle, a falta sólo de coser los pliegos y añadir las cubiertas; desgraciadamente la tirada quedó en la imprenta de los Altolaguirre, perdiéndose para siempre. En carta fechada el 15 de Mayo de 1973, y en respuesta a la que le dirigiera Detlev Auvermann, Neruda se congratula de la reedición de la revista, que se llevaría a cabo en 1974; pero también recuerda aquél número doble, el 5-6, que no llegaría nunca a ver la luz:
“Con respecto a CABALLO VERDE estoy, naturalmente, muy contento de su reimpresión. Lástima grande que el número doble 5 y 6, totalmente impreso, se quedó para siempre en la imprenta de Manuel Altolaguirre (...) y nunca se logró rescatar un solo ejemplar. Iba a aparecer justamente en los días que estalló la Guerra Civil. Sólo faltaba coser los pliegos y agregar las tapas”.
Mucho se ha hablado de aquel malogrado número doble, perdido, por desgracia para siempre. Sobre el contenido y la nómina de escritores que colaboraron en él, encontramos información muy esclarecedora al respecto en un artículo del propio Neruda que, bajo el título de “Nostalgia nerudiana. Se ha perdido un caballo verde”, salió publicado en Manuel Altolaguirre. Los pasos perdidos, monográfico que la revista Litoral dedicó al impresor malagueño en 1989:
“La casa Aguilar (...) prepara una antología de Julio Herrera y Reissig (...) Para esto se necesita un número de mi revista “Caballo Verde para la Poesía”. Este número estaba íntegramente dedicado al uruguayo. Pero la revista no aparece por parte alguna (...) Quise honrar preferencialmente a Herrera y Reissig (...) decidí entonces publicar un doble número – 5 y 6 – de mi revista “Caballo verde” y dedicárselo íntegramente (...) Ramón Gómez de la Serna escribió con su estilo egregio página y media en que destacaba la silueta del egregio poeta. Vicente Aleixandre me entregó su homenaje: un poema de larga cabellera. Miguel Hernández y otros sus ditirambos magníficos. Federico lo hizo con más conocimiento que nadie(...) Yo escribí mi poema “El hombre enterrado en la pampa”.
Ese “caballo perdido” al que se refría el chileno era un número homenaje al poeta uruguayo Herrera y Reissig, que contó con la colaboración de gran parte de la plana mayor de la poesía española de aquel momento; ¿o como podemos considerar si no a Ramón Gómez de la Serna, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca o Miguel Hernández?. Todo se encontraba preparado para que la revista volviera a salir a la calle. Los contenidos fueron impresos en el habitual taller de impresión de Manuel Altolaguirre, en la calle Viriato número 73, pero sería otro suceso, no menos importante, el que impediría que hoy podamos gozar de otros dos números de ese bello Caballo Verde, como bien nos cuenta Neruda:
“Manuel Altolaguirre imprimió el número doble de la revista en esos grandes caracteres bodónicos en que la poesía parece resplandecer. Todo se hallaba listo y se coserían los pliegos al día siguiente cuando estalló la Guerra Civil (...) No hubo ya tiempo para libros. Comenzaron los primeros bombardeos. Luego el desastre”.
Tal y como hemos podido observar en estos fragmentos, Neruda se atribuye, en todo momento, la dirección de la revista, considerándola como un proyecto totalmente a su cargo. Sin embargo, la compañera de Altolaguirre durante tantos años, Concha Méndez, en sus Memorias habladas. Memorias armadas, de 1990, contradice en cierta manera al poeta chileno:
“Al poco tiempo de volver, conocimos al poeta chileno Pablo Neruda, que nos invitó a su casa (...) A tener las dos imprentas comenzamos a editar la revista Caballo verde para la poesía. La dirección de la revista, por una cuestión de gentileza – y de generosidad para la poesía americana, como también apuntaría líneas más abajo – se la dimos a él. Pero la revista era nuestra: nosotros la costeábamos, elegíamos el material, la imprimíamos, la encuadernábamos y la distribuíamos en las librerías”. Concluyendo, muy taxativamente, que: “no sé por qué todo el mundo se ha empeñado en creer que la revista la hizo él”.
A pesar de que las palabras de Concha Méndez no puedan sustentarse en ninguna prueba documental, tampoco sería justo considerar Caballo verde para la poesía como un proyecto personal del chileno, pues quién sabe qué habría sido de aquella revista si las manos de Manuel Altolaguirre no hubiesen sido las encargadas de dar forma a las ideas de Neruda. Lo más probable es que Neruda tuviese en mente la idea de hacer una revista literaria ahora que había llegado a España, pues no olvidemos que ostentaba su cargo de Cónsul de Chile desde hacía sólo unos meses, y pensase que una revista literaria sería la plataforma perfecta desde la que lanzar sus nuevos y renovadores ideales poéticos. Y para refrendar esta afirmación nos remitiremos a las memorias del propio poeta chileno, quien en Confieso que he vivido, y al respecto de quien ostentaba el mérito de haber sacado la revista adelante, se muestra mucho más ecléctico y conciliador que años atrás:
“El poeta Manuel Altolaguirre, quien poseía una imprenta y la vocación de impresor, vino un día a mi casa y me contó que tenía planeado publicar una revista hermosamente impresa que debiera presentar lo más alto y mejor de la poesía española. Solamente hay una persona que la puede dirigir, me dijo, y ese eres tú”.
Por tanto, y a pesar de que Caballo Verde para la Poesía haya pasado a los anales de la historia literaria española como un proyecto del chileno Pablo Neruda, creemos que es justo desde aquí reivindicar la figura del impresor malagueño dentro de la revista. Pues sin la belleza tipográfica y editorial que, desde la imprenta de la calle Viriato 73, y a través de esas “grandes manos elegantes siempre tiznadas como las de los impresores” de Altolaguirre, que tan bien describiera el alcoyano Juan Gil-Albert, no sabemos si ese proyecto del chileno hubiese alcanzado las cotas de popularidad y trascendencia que alcanzó. Pues desde la temprana fecha de 1923, cuando haber apenas alcanzado apenas la veintena se embarcó en el proyecto de publicar, junto a Hinojosa y Souvirón, la revista literaria Ambos, hasta esta última aventura en España, dirigida por Pablo Neruda, en el umbral mismo de la guerra civil, raro fue el periodo en el que Manuel Altolaguirre no forma parte de la nómina de colaboradores de alguna revista poética, bien como editor, bien como poeta, o incluso aunando ambas facetas. Siempre fundando revistas que, como es el caso de Litoral, 1616 o la propia Caballo Verde..., se sustentaban en un grupo de amigos poetas con una única finalidad: la poesía.
Pero, al margen de a quién podamos atribuir la dirección real de la revista, lo cierto es que, bien por decisión de Neruda, bien por decisión de Altolaguirre, ésta contó con algunas de las mejores plumas existentes en la España de aquel momento, así como con algún que otro colaborador de postín, a lo largo de sus cuatro números. La lista completa de colaboradores por números es la siguiente:
- Número 1-Octubre 1935:
Pablo Neruda, Vicente Aleixandre, el francés Robert Desnos, el argentino Ricardo E. Molinari, Federico García Lorca, Miguel Hernández, el también argentino Raúl González Tuñón, Arturo Serrano Plaja y Leopoldo Panero, con dibujos de José Caballero. - Número 2-Noviembre 1935:
Pablo Neruda, Luis Cernuda, el suizo Hans Gebser, Jorge Guillén, Rafael Alberti, el chileno Luis Enrique Délano, A. Aragón y Arturo Serrano Plaja, con una viñeta de J. Caballero y contraportada de Ramón Pontones. - Número 3-Diciembre 1935:
Pablo Neruda, Emilio Prados, el francés André Bernard Delons, Concha Méndez, José María Souvirón, el cubano Félix Pita y Cayetano Aparicio. - Número 4-Enero 1936:
Pablo Neruda, José Moreno Villa, Rafael Alberti, el argentino González Carbalho, Eugenio Mediano Flores, Miguel Ángel Gómez, Rosa Chacel, el chileno Ángel Cruchaga Santa María y Manuel Altolaguirre.
Por lo que se refiere a los colaboradores gráficos, las ilustraciones se deben a José Caballero, que para el primer número remitió 3. En el segundo, aparece una viñeta del mismo y en la contraportada un dibujo de Ramón Pontones; en el 3º hay una ilustración sin identificar; en el último, 2 viñetas (representando sendos caballos verdes) de José Moreno Villa.
En el primer número hay 9 colaboraciones, con 5 tipos de letra para los titulares y otros tantos para los textos; en el nº 2, 8 firmas con 4 tipos para títulos y 6 para textos; en el nº 3, de nuevo, 8 colaboraciones con 6 y 5 tipos respectivamente; finalmente, en el 4º, 9 colaboraciones en 3 y 6 tipos de letras para títulos y textos. En definitiva, hay una gran gama tipográfica, ya que combina una media de 5/6 tipos y tamaños por 8/9 colaboraciones. Los colores, asimismo, demuestran una atención exquisita: se entremezclan rojo, verde, negro y azul (en dos tonalidades, claro y oscuro), que dan al conjunto de los cuatro números un aspecto de pulcra belleza.
No cabe lugar a dudas de que estamos ante una extraordinaria revista, primorosamente editada y con unos más que destacables contenidos. Pero, ¿cuáles son las razones por las que ostenta un lugar preferencial en ese hipotético canon de las mejores revistas españolas literarias editadas en España? ¿por qué el Caballo Verde, con tan solo cuatro números aparecidos, se llega a equiparar a otros grandes “monstruos” como La Gaceta Literaria o Revista de Occidente, con una trayectoria mucho más dilatada en el tiempo? Máxime cuando estamos ante una revista que se debía totalmente a la poesía, y no daba lugar a cualquier otra sección, como las de crítica literaria o crónica de espectáculos teatrales que sí albergaban, por ejemplo, las anteriormente citadas. Algunas de las preguntas obtienen su respuesta en dos argumentos: la polémica que los editoriales de Neruda generaron y esa manida pretensión de considerar que Caballo Verde para la Poesía fue la precursora de las revista españolas de tendencia más politizada. Trataremos, en la medida de lo posible, de dar solución a la mencionada cuestión en las siguientes líneas, centrándonos, en primer lugar, en los famoso editoriales que, bajo la firma de Pablo Neruda, encabezaron todos y cada uno de los cuatro números de la publicación.
Fueron las únicas colaboraciones que el chileno se brindó a prestar a su revista, pues ningún poema suyo, por extraño que pueda parecer, apareció impreso en las cosidas páginas del Caballo Verde. Pero, en cada uno de ellos, plasmó sin embargo sus ideales poéticos. En cada uno de estos cuatro pequeños poemas en prosa, además de rezumar poesía por todos sus costados, causaron un gran revuelo en el momento en el momento de su publicación. En el prólogo a la reimpresión del Caballo Verde, J. Lechner afirmaba que la inquietud que los cuatro textos nerudianos causaron, en el panorama poético español de la época, pudo estar provocado, quizás, por “una lectura superficial de los mismos”. Pero lo cierto es que, bien por desconocimiento, bien por una querencia voluntaria a crear polémica donde no la había, estos textos fueron los causantes de una polémica que, a modo de digno estigma, acompañaría ya a la revista hasta nuestros días. Y profundizando en ellos, observaremos que, al margen de los diversos giros poéticos que los adornan, los pilares teóricos sobre los que se sustentan ya habían sido esbozados con anterioridad.
El primero de los citados editoriales, el titulado “Sobre una poesía sin pureza”, es quizás el que merezca un análisis más pormenorizado, pues además de proponer y defender una nueva concepción de la poesía, la impura, generó, por esta misma razón, una agria polémica entre el chileno y Juan Ramón Jiménez, auténtico pope de la tendencia poética imperante en España durante muchos años, la llamada “poesía pura”. El poeta moguerense lo rebatió en un artículo publicado en El Sol, bajo el título de “Con la inmensa minoría”, que suscitaría opiniones enfrentadas (el inevitable alzamiento de otras voces que se sumaron al carro de la polémica), y también el comienzo de un turbio mito: el de la declarada enemistad entre ambos poetas, dos de los más grandes que nuestra literatura ha tenido, pero que flaquea por demasiados frentes. El texto de Neruda, que ha llegado a nuestros días como auténtico manifiesto generacional, por postularse a favor de la poesía “impura”, no es más que la introducción en España de una tendencia que ya se encontraba extendida por Europa desde hacía años, y que encontramos en textos doctrinales de autores como el inglés T.S.Elliot, el alemán Bertold Brecht o el norteamericano Ezra Pound, e incluso en España ya habían sido al menos bosquejadas por poetas como Rafael Alberti. Neruda demanda que se observen poéticamente los elementos naturales, humanos y cotidianos. Estos es, que el poeta encontrara la materia lírica a través de la cual dar forma a sus poesías en los “objetos en descanso”, ampliando así el material poético a cualquier experiencia humana, sin discriminación alguna. Además, Neruda no abogaba, a pesar de las acuciantes críticas de Juan Ramón Jiménez, por una poesía en la que los sentimientos quedaran al margen; y no es totalmente cierto, pues en el segundo de los manifiestos, “Los temas”, las palabras “corazón” y “sentimientos” son repetidas en numerosas ocasiones, abocando al chileno a un claro neorromanticismo, ya que aboga por la melancolía y el gastado sentimentalismo. Incluso en el último de los editoriales, el titulado “G.A.B.”, reivindicaba la figura del poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer.
Por tanto, si bien es cierto que los textos sí podían llegar a tener algún contenido proclive a generar polémica, que, por otro lado, y teniendo en cuenta ese carácter siempre altivo y singular del que hizo gala Neruda, fuese una polémica en cierto modo buscada, no eran, en absoluto, merecedores de toda esa convulsión literaria que crearon. Pues lo que el chileno debía pretender no era sino evidenciar que la poesía, el poeta y todo lo que a ambos rodeaba, saliera fuera de aquella ya anquilosada torre de marfil en la que tanto gustaban recluirse tiempo atrás, abriendo plenamente esa variedad de temas de los que poder valerse.
Por otro lado, y sin alejarnos en demasía de esto, no deja de resultar algo fútil, además de inadecuado y poco útil, el encajonar en compartimentos generacionales a un determinado grupo de poetas, argumentando que comparten estos o aquellos mismos rasgos estéticos. Algo similar sucede cuando se pretende que una publicación se erija en estandarte de determinado movimiento literario o social. Y no es que asuntos de este calado se vean refrendados históricamente, pues no hay más que echar la vista atrás para encontrar ejemplos en la generación del 27 o las revistas de vanguardia parisina, pero lo cierto es que en el caso de Caballo Verde para la Poesía los intentos que ha habido en este sentido han sido, en el mejor de los casos, desafortunados. Quizás por esos editoriales ya comentados, o por ser la última revista de renombre que precedió al estallido de la guerra civil, se ha querido ver en Caballo Verde para la Poesía tanto el símbolo de esa poesía impura que desde sus páginas preconizaba Neruda como el más importante preludio a la posterior politización de la literatura. E incluso puede ser que el propio poeta chileno alentara, de algún modo, estas polémicas. Pero lo cierto es que son más las razones que apuntan hacia la poca solidez de esos dos famosos tópicos que a su vigencia o validez.
En primer lugar, Caballo Verde... no era una revista que se nutriera exclusivamente de escritores españoles, pues ampliaba sus miras hacia escritores allende nuestras fronteras. Además, su nómina de colaboradores hispánicos, teniendo todos una innegable calidad literaria, no podía sino ser tildada de heterogénea; entre ella encontramos poesía surrealista, neogongorismo tardío, aceptación de la tradición española más clásica o serenas reflexiones vitales. Es por ello que el famoso editorial en pos de una poesía impura no fuese sino una opinión, o quizás un anhelo personal del chileno, y no atribuible, por tanto, al resto de colaboradores, llegando a fomentar la creencia de que cualquier poeta que propagara sus versos desde el Caballo Verde... abogaba por este tipo de poesía. Es más, incluso desde la propia publicación recibió Neruda veladas críticas por la declamación de sus ideales poéticos: José Moreno Villa, en un poema titulado “Cartas sin correo”, publicado en el número 4, mostraba su desaprobación ante los editoriales, pues si lo que se pretendía era ampliar el espectro poético, resultaba ciertamente incongruente dejar fuera del mismo a la poesía pura. Curiosa paradoja, sin duda, la de tratar de ampliar las miras restringiendo, a su vez, el campo de actuación.
Parece un ‘cap’ de frutas y vino espumoso.
En él acusa sus sabores Juan Ramón,
Federico, Jorge, Antonio y Manuel
Pedro, Manolo, Rafael, Luis,
y algún adjunto americano.
Te aseguro que es delicioso
paladear lo que tiene de piña este vate,
(...)
Es bobo quien se cierra a tanto sabor,
quien se excluya y se contente con una guinda”.
Además, José Manuel López de Abiada, en su artículo “Notas sobre Caballo Verde para la Poesía”, publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, en abril de 1983, considera que, atendiendo tanto a la métrica como a la temática de sus poesías, los únicos poemas de “poesía impura” que, según los cánones nerudianos, se recogen en la revista, son los dos de Arturo Serrano Plaja y el de Raúl González Tuñón. Una media un tanto pobre si se quiere considerar esta revista como la portadora de esa tan cacareada poesía de la impureza. Y lo cierto es que en la publicación confluyeron poetas consagrados y poetas noveles, cada uno adscrito a su propia cosmovisión poética y, aunque puntualmente se puedan observar ciertas concomitancias comunes, en su conjunto representan corrientes ideológicas muy distintas. Así, ¿se puede seguir hablando de un “estilo común” en Caballo Verde para la Poesía?
Por otro lado, en lo referente a que la revista fuese la precursora de esa politización que sufrieron las revistas literarias españolas, no tenemos más que remitirnos a las palabras del poeta Juan Gil-Albert, en su artículo “Palabras actuales a los poetas”, desde el número 9, en diciembre de 1935, de la revista valencia Nueva Cultura, para refutar dicha afirmación. El alcoyano venía a declarase a favor de la poesía impura, pero no por ello dejaba de criticar a Neruda y sus afirmaciones de no aceptar deliberadamente nada. En este “lo cortés no quita lo valiente”, que Gil-Albert achacaba a Neruda, no entendía como podía dejar a un lado los hechos sociales como materia poética; hechos que, a pesar de ser considerados como antipoéticos, eran ciertamente necesarios, máxime en los momentos ciertamente difíciles que se presuponía estaban por llegar. Por tanto, resulta difícil imaginar que Caballo Verde... encabezase cambio alguno en la tendencia política si, desde una publicación coetánea y amiga, se le criticaba esa tendencia al apoliticismo en unos tiempos que comenzaban ya a requerir algo más de implicación.
Además, como bien afirman Bartolomé Cantarellas y Emilio Gené en su estudio “Caballo Verde para la Poesía”, publicado en 1977 en el número 256 de la revista Papeles de Son Armadans, las poesías aparecidas en la revista que puedan llegar a ser tildadas de comprometidas no cuentan, ni con un amplio número de poemas, ni son tampoco la nota distintiva de las mejores colaboraciones de la misma. Afirman además que la orientación de la misma dista tanto de una literatura social como de una repercusión popular intencionada. Concluyendo que las muestras de poesía comprometida que podamos encontrar en Caballo Verde... “no son sino adelantos de algunos de los futuros redactores de “El Mono Azul” y su anexo “Romancero de la Guerra Civil”. Y éstos eran Rafael Alberti, Arturo Serrano Plaja, Emilio Prados o el argentino González Tuñón.
Pero quedémonos con la afirmación, mucho más ecléctica y comedida, de Julio Neira, quien en La edición de textos: Poesía española contemporánea, en 2002, afirmaba al respecto que “en ese sentido podemos considerar que esta fue la última revista del 27. Aunque (...) en ella late el ritmo de su tiempo, no es una revista de expresa intencionalidad política – lo que fue reprochado desde la izquierda - si bien cada poema tiene su propio significado a este respecto”.
El poeta Miguel Hernández colaboró en el primer número de la revista, editado el 1 de octubre de 1935, con ‘Vecino de la muerte’, que aparece entre las páginas 13 y 16. Se trata de un poema gran hondura. De él son las estrofas siguientes:
la muerte en dirección a mi garganta
con un cuerno, un tintero, un monaguillo
y un collar de cencerros castrados en la lengua,
para echarme puñados de mi especie’.
En el epistolario hernandiano queda claro el enorme interés de Miguel por publicar en una revista que tenía en mente realizar Pablo Neruda cuando corría 1935, pero tampoco hay seguridad de que el proyecto del chileno fuera Caballo Verde para la Poesía, porque en aquella época Manuel Altolaguirre y su esposa, que fueron quienes la editaron, vivían en Londres y no regresaron a Madrid hasta junio de 1935. En una carta dirigida al chileno desde Orihuela en diciembre de 1934, Hernández afirmaba que “... desde Orihuela me despido de usted. Una carta desesperada o mi bolsillo casi acabado me hizo precipitar mi viaje (...) Aquí espero que me diga, lo antes posible, qué hay de aquello que me dijo en aquella noche (...) ¿Hará la revista? ¿Me llamará generosamente a su lado? ...”. Al mes siguiente, en una segunda carta, Miguel le pregunta a Neruda: “...¿puedo marchar a su lado a mantenerse al amparo suyo y de su revista, o eso aún tardará? No entiendo bien, querido Pablo. Yo no puedo viajar a Madrid por ahora: habré de esperar un mes al menos, a tener para el talón del viaje y así quedarme. ¿Estará para entonces decidido ya lo de la revista y podré andar por ahí sin dificultades económicas? No quiero que mi estómago haga el ridículo como esta vez pasada, porque soy honrado y no sé pedir. Por tanto aquí me quedo cultivando la pobreza, la tierra de mi huerto y la poesía hasta que me diga en concreto lo que hay”.
Como se dice en la introducción de la edición facsímil, “dentro de la nómina de poetas españoles también se hace patente bastante variedad. Hay surrealismo, en mayor o menor grado, en los poemas de Aleixandre y de Lorca; la trágica premonición de la muerte dentro del marco de un texto unas veces casi coloquial y otras traspasado de ráfagas oníricas, de Miguel Hernández; la pena y gozosa aceptación de la vida, dentro de una forma clásicamente tersa y compacta, de Guillén; la serena reflexión de Serrano Plaja sobre los días y los trabajos del hombre, en versos de solemne y amplio aliento, y, dentro de las colaboraciones de Alberti, la dolorosa, pero artificiosa y ‘gongorina’ elegía a la muerte de Sánchez Mejías, acaecida en el verano de 1934, por un lado, y la angustia y el agobio del poeta políticamente comprometido que sabe que la tortura reduce al ser humano a las últimas ascuas de su dignidad, por otro”.
En palabras de María de Gracia Ifach, en ‘Caballo Verde para la Poesía’, “Miguel publica su poema ‘Vecino de la muerte’, ya en el camino nerudiano como contraste de los que venía publicando en ‘El Gallo Crisis’, la revista oriolana dirigida por Ramón Sijé, desde 1934. Su sentido neocatólico es rechazado por Neruda, que la encuentra ‘ahogada en incienso’. Así se lo dice a Miguel en su carta del 4 de enero enviada a Orihuela, animándole después ... ‘ya haremos revista aquí, querido pastor, y grandes cosas’. ‘Caballo Verde para la Poesía’ aparecería diez meses después”. Añade Ifach que “la poesía impura que proclama el chileno desde su tribuna es aceptada por muchos y también por el oriolano que la utiliza en su creación de esa época, exaltada y vital, desposeídas de sujeciones clásicas. Sin embargo, los temas siguen siendo, en general, los mismos: el amor, con cuanto contiene de sexual y sensorial, la vida y la muerte. También, claro es, el aspecto social, sentido y tratado por Miguel desde mucho antes de conocer a Neruda –y a Alberti-. El chileno pudo influirle –y lo hizo- ante las nuevas formas poéticas adquiridas; en cuanto a su ideología, no hizo sino marcar con el ejemplo de su incipiente apostolado el propio pensamiento y la postura del joven poeta, congénitos y demostrados desde siempre en su obra y en su reconocida hombría”.
Por otra parte, traemos aquí la opinión de Jacinto-Luis Guereña: “en Madrid, le aguardaban múltiples tareas y relaciones, además de la ocupación constante por la poesía. Octubre de 1935. El grito valiente de una revista, editada en la imprenta de Manuel Altolaguirre y de Concha Méndez, en su propio piso de la calle Viriato 73, ve la luz el primer número de ‘Caballo Verde para la Poesía’. Neruda lleva las riendas. En el sumario figura Miguel y su colaboración poética lleva por título ‘Vecino de la muerte’. También colaboraba García Lorca con ‘Nocturno del hueco’. Miguel ya se ha ido despegando de formas demasiado tradicionales, su voz suena a algo personal, áspero y recio, con acento de rico arraigo”.
Por último, añadimos lo que afirmaba Dario Puccini en 1987: “entre las poesías que quedaron fuera de ‘El rayo (...)’ y de los libros sucesivos, y compuestas en 1936, las más próximas a una línea surrealista, o más impregnadas del hermetismo barroco de uno u otro de aquellos dos poetas (Neruda y Aleixandre), son: ‘Vecino de la muerte’; ‘El ahogado del Tajo’, dedicada al poeta romántico Gustavo Adolfo Bécquer; ‘Oda entre arena y piedra’ a Vicente Aleixandre; ‘Oda entre sangre y vino’ a Pablo Neruda; ‘Relación que dedico a mi amiga Delia’ (es decir, a Delia del Carril, esposa de Neruda), y ‘Sonreídme’ (...) Ninguna composición del referido grupo puede considerarse poéticamente lograda y muchos menos ‘Vecino de la muerte’ y ‘Sonreídme’. Sin embargo, estas poesías son las más interesantes: la primera -con su hórrida y descompuesta visión de los cementerios-, porque nos hace comprender la fascinación que ejercitaban en el lacerado fatalismo de Hernández al tremendismo y la ‘visión desintegrada’ del poeta de la primera y segunda ‘Residencia’ (nótese el simbolismo nerudiano de las herencias de notarios)”. Así pues, una publicación que, aunque algo sobredimensionada, ¿acaso su nómina de integrantes no se presta a ello?, disfrutó de tal variedad de nombres y estilos que incluso alguien llegó a calificarla de “bol de frutas”. Por ello, es necesario desvestirla, en la medida de lo posible, de ese aura de grandiosidad que la envuelve, para colocarla así en el lugar que justamente merece. Y a pesar de que carezca de estilo o tendencia estética común, y que comparta, únicamente, la gran calidad lírica de las poesías que la integran, alberga entre sus cosidos pliegos un más que exquisito cuidado editorial. Caballo Verde para la Poesía es el bello canto del cisne de aquella quimera de una España, republicana por muchos años, con gran preponderancia de las artes y las letras, pero que por desgracia tuvo que extinguirse tan abruptamente como la propia revista.
Oscar Moreno