COLABORACIONES:

HACIA PERITO EN LUNAS


Entre el 8 de abril y el 8 de mayo pasados ha podido visitarse, en la antigua capilla de la Orden Tercera de Elche, una exposición sobre Miguel Hernández que, organizada por el Centro Hernandiano de Estudios e Investigación, y bajo el título “Hacia Perito en lunas”, intentó dar cabida a todo el inicial proceso, vital y literario, que sufrió el poeta oriolano, y que comprende desde las primeras poesías que escribió hasta su primer libro, Perito en lunas, pasando, claro está, por aquel viaje a Madrid que tan profundamente le marcó. El catálogo, editado con motivo de la exposición, afirma sustentarse en una única premisa: la de suscitar el acercamiento del público a la figura de Miguel Hernández a través de las diversas ediciones, manuscritos y textos, respaldándolos en las reflexiones críticas a las que dieron lugar. Se pone así al alcance del espectador ávido en conocer, o indagar más, si se quiere, en la figura de Miguel Hernández, un completo material en el que se recogen tanto correspondencia personal, como publicaciones periódicas de la época o algunas de sus primeros manuscritos y composiciones poéticas.

Se nos dice en el catálogo que esta exposición pretende iniciar una serie que, anualmente, o al menos ese es el propósito que el Centro Hernandiano de Estudios e Investigación se ha marcado, muestre al espectador cuál fue aquella evolución poética y vital que tan bien plasmó en todas y cada una de sus obras. Por esta razón, además de los años de adolescencia en Orihuela, también se da cabida al periodo que transcurrió, durante apenas unos meses pero de gran intensidad poética, entre el regreso de Miguel de Madrid y la publicación de Perito en lunas en la imprenta del diario La Verdad, en Murcia. Y la cita que se incluye al respecto, del profesor Agustín Sánchez Vidal, es muy esclarecedora, pues afirma que Perito en lunas “no es sólo un libro, sino toda una época de la obra hernandiana e incluso toda una poética”, frase que condensa a grandes rasgos lo que esta exposición pretende. Así pues, el espectador se encuentra ante una excepcional oportunidad de ser testigo de una época tan importante en la corta, pero fecunda vida literaria, del poeta oriolano.

Aún así, y antes de comenzar, debemos tener presente que las exposiciones literarias no poseen, en ningún caso, esa capacidad de impactar visualmente al público que sí podemos otorgar a las plásticas; es por ello que debemos realizar un necesario cambio de perspectiva a la hora de encarar “Hacia Perito en lunas”, ya que la muestra, más que imágenes, pretende dar cuenta de un proceso de creación, de concepción, de una obra literaria de Miguel Hernández. Aún así, y a pesar de estar ante una exposición ligeramente distinta a las que podamos estar más habituados, no saldremos, en ningún caso, con las alforjas menos llenas de este envite.

En lo referente a la muestra en sí, ésta se divide, esencialmente, en seis apartados, que tratan de mostrar, a pesar de no encontrarse ordenados en estricto orden cronológico, todo el proceso creativo y vital que llevó a un joven pastor desde sus incipientes lecturas de los clásicos a escribir versos de tendencia gongorina; de sus primeros balbuceos poéticos a demostrarse acreedor de una depurada técnica poética.

El primer bloque temático, el que inicia la exposición, es el titulado “Las lecturas”. En él, nos encontramos con un variado número de lecturas de Miguel: las que realizó bien por exigencias del temario escolar, bien por interés propio. Desde obras escolares o del mundo clásico hasta poesía modernista, pasando incluso por autores noventayochistas, de más hondo calado y con un evidente poso filosófico; entre ellas, todas originales y pertenecientes a la propia biblioteca del poeta, encontramos, entre otras, las Obras completas de Publio Virgilio Marón; unas Lecturas escolares, ordenadas por Narciso Alonso Cortés; Más allá de la muerte, de Jacinto Benavente; o, incluso, Los toros, las castañuelas y la virgen, del prolífico y siempre sorprendente Ernesto Giménez Caballero, “Gecé”. Evidentemente, y teniendo en cuenta los orígenes humildes de Hernández, se intenta dar respuesta, o al menos eso es lo que se pretende, a la pregunta de quién fue el “cicerone” de Miguel en el mundo de las letras; siendo este el momento en el que nombres como los de el canónigo Luis Almarcha, Ramón Sijé o Carlos Fenoll surgen inevitablemente.

En el siguiente apartado, “El nacimiento a la poesía”, nos encontramos con los primeros versos escritos por Miguel de los que se tienen constancia; su bautismo poético. Se trata de una ampliación que realiza de dos poemas del nicaragüense Rubén Darío, uno de los popes del movimiento modernista. Apenas seis versos que marcan el inicio de la singladura poética de Hernández, y que tiene su punto de partida en esa lógica búsqueda de inspiración en los poetas que uno más admira. Aunque esto, de todos modos, no deja de ser una teoría al fin y al cabo.

Una vez iniciado ya en el mundo de la poesía, la muestra pasa a centrarse en un poeta que, siendo más consciente de esa recién adquirida vocación, comienza a caminar firmemente hacia lo que sería su primera obra poética. En la primera de las tres etapas en las que se divide este proceso nos encontramos, paradójicamente, con aquel que será fiel compañero suyo en sus últimos años de vida: el cuaderno. En el que aquí se nos presenta, documento inédito hasta el momento, se incluyen siguiendo el orden del propio Miguel, sus primeras composiciones, de manera completa. Y qué diferencia con aquel pequeño cuadernillo, lleno de vida y miedo, en el que un Miguel roto de dolor y con el alma en vilo, escribía sus poemas mientras se consumía en un triste peregrinar por las distintas cárceles españolas en las que estuvo preso. Qué antitéticos resultan ambos cuadernillos; el que nos ocupa y el que acogió el corpus principal del Cancionero y romancero de ausencias, su obra póstuma.

La segunda “estación poética” del catálogo la encontramos en las publicaciones que Miguel comienza a realizar en la prensa local de la época, y que acrecentaban su esperanza en el triunfo de su poesía, aunque fuese una victoria a escala algo reducida. Será su amistad con Carlos Fenoll, quien también le introduciría en el círculo literario de la Tahona, la que le abra las puertas de los periódicos locales, convirtiéndose sus apariciones en frecuentes con el transcurso de los meses. El 13 de enero de 1930, en el diario El Pueblo de Orihuela, Miguel publicará su primera composición, “Pastoril”. Y el 25 de marzo, apenas tres meses después, el Jurado del certamen literario de “El Orfeón Ilicitano” coincide en otorgar el primer premio de su concurso a la poesía que lleva el lema “Luz...pájaros...sol”, de Miguel Hernández; se adjunta, como una de las primicias que ofrece esta exposición, El Ilicitano, órgano oficial del mencionado “Orfeón”, del 5 de abril, en el que aparece publicada la poesía ganadora. La citada poesía, a la que Hernández puso ese título provisional, pasará a ser conocida como “Himno a Valencia”. Lástima que no se reproduzcan estos originales.

Por tanto, si algo podemos extraer de estas primeras incursiones de Miguel en la prensa local de la época es el hecho de que estaba adquiriendo, aunque fuese en círculos ciertamente reducidos, una cierta notoriedad entre aquellos sus conciudadanos. Prueba de esta recién adquirida notoriedad es, por ejemplo, el hecho de que el periodista José María Ballesteros se hiciera eco de él, como “joven poeta cabrero”, o también que llegara a explicar, en el Casino de Orihuela, su “Elegía media del toro”. Pero Miguel ya tenía en mente viajar al lugar que le permitiría consagrarse como poeta: Madrid.

Así, el 1 de diciembre de 1931 parte hacia Madrid, cargado de ilusiones y sueños, y en busca de esa fama que creía se le tenía prometida; pero también huyendo de un ambiente que ya comenzaba a asfixiarlo sobremanera. De este breve periplo en la capital, que en la exposición se enmarca dentro de “Tercera estación poética: El fracaso madrileño”, se destaca, sobre todo, la entrevista que, gracias a la mediación de Concha de Albornoz, tiene lugar con Ernesto Giménez Caballero en la redacción de La Gaceta Literaria. Reunión que supuso, junto a la crítica que de él hizo el propio “Gecé”, en su Robinsón Literario de España, el mayor fracaso así como la decepción más tremenda de todo este periodo. Pues en ella se volvía a incidir una vez más, aunque dotada esta vez de un tono algo burlesco, en ese tópico tan manido del poeta-pastor; tópico que, a pesar de que Miguel alentara en sus comienzos, creía ya además de injusto, vetusto y desfasado. La acuciante pobreza que sufría, al no encontrar empleo alguno, hizo que Miguel emprendiera el camino de regreso a Orihuela, con el gran sentimiento de frustración que ello conllevó.

No podemos saber con certeza si Perito en lunas llegó a viajar a Madrid; quizás lo hizo en forma de aquellos “Poliedros”, o quizá como simples bocetos poéticos, pero lo cierto es que el fracaso de la experiencia madrileña, lejos de hundirlo, le hizo reprender, con más fuerza si cabe, esas ansias de ser poeta que albergaba hacía tanto tiempo. Así, y gracias a la financiación del canónigo Luis Almarcha, que corrió con los gastos de la primera edición, verá la luz, en 1933, Perito en lunas.

Todo el proceso previo, que se inicia en Madrid y que culmina con la publicación de la obra, se ha incluido en la exposición por ser, en palabras de los propios organizadores, de capital importancia en todo el proceso formativo que Miguel Hernández sufrió, siendo su primer poemario la culminación clara y rotunda. Así, además de ofrecer la primera edición de la obra, cuya tipografía han hecho coincidir con la del título de la exposición, nos muestran la ordenación inicial que Miguel dio a aquellos 40 poemas. Podemos observar, por tanto, todo el proceso que precedió a la definitiva publicación de la obra, en el que convergen las necesarias y casi obligadas dudas, erratas y tachones, o la inclusión y exclusión de unos u otros poemas. Pero, al mismo tiempo, estamos también ante una ocasión fallida de dar a conocer las cartas que Miguel escribió a Raimundo de los Reyes.

A pesar de que la acogida de la obra no fue la que Miguel esperaba, no cesó en su empeño, como podemos comprobar en una carta escrita al crítico literario y miembro del consejo de redacción de la revista gaditana Isla, Rafael de Urbano. En ella, datada apenas ocho meses después de la publicación de Perito en lunas, le expone su intención de presentar al Premio Nacional de Literatura la obra en la que ya se encontraba inmerso. El poemario, que tituló en un principio Silbo, se convertiría, tras su segunda experiencia madrileña, en El rayo que no cesa; aunque esto deberá ser recogido en lo que esperamos sea una segunda exposición, que aporte continuidad a la vía abierta por esta primera.

Pero la mencionada carta se encuentra entre los múltiples documentos que se pueden contemplar en la exposición, y que, sumados a los que ya han sido citados a lo largo de nuestro texto, conforman un completo e interesante corpus que permite al espectador hacerse una idea de la prolífica actividad literaria que Miguel llevó a cabo en aquellos años de formación. Entre los que todavía no han sido citados se encuentran, como muestra, la conferencia sobre la “Elegía media del toro” que pronunciara en el casino orcelitano; cartas a Ramón Sijé, al poeta andaluz y director de la citada revista Isla, Pérez-Clotet o a Federico García Lorca; pidiendo consejo, como en el caso del poeta granadino, anunciando próximos proyectos o, simplemente, narrando las vicisitudes de la intensa vida, tanto literaria como personal, que llevaba a cabo. Si a ello añadimos las composiciones de Miguel, las lecturas de su biblioteca o las reseñas aparecidas en prensa de artículos sobre Miguel, podemos llegar a concluir que la cantidad de documentos originales que se aportan en la exposición, sustentados en los archivos de los herederos del poeta, son de una valiosa importancia para poder hacernos una concisa idea de esta etapa de su vida.

Y es que este ciclo vital, ninguneado en ocasiones con respecto a otras épocas de su vida, no deja de ser de una importancia notable. Pues difícil sería concebir al Miguel que asombró a Aleixandre o Neruda, o el que fue altavoz en la guerra y escribió sus más bellos intensos versos encarcelado, sin el poso que este periodo dejara en su vida. Pero de una importancia que no es, en ningún caso menor, es la figura de Ramón Sijé, incomprensiblemente obviada y mencionada simplemente como una amistad más. Pues fue Sijé quien encauzó las lecturas de Miguel, aunque para algunos las encauzara hacia un neocatolicismo que no fuese beneficioso para él; y también fue Sijé quien lo hizo ser plenamente consciente de su condición de poeta. Mas no debería este dato desmerecer, en ningún caso, el conjunto de la exposición. Así, esperamos que la iniciativa de emprender una exposición por año florezca, y que podamos ser testigos de otra que cubra la estancia de Miguel en Madrid, la guerra civil o su triste calvario de prisiones.

Óscar Moreno


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