UN TRIÁNGULO LITERARIO

JOSÉ MARÍA DE COSSIO, MIGUEL HERNÁNDEZ, PABLO NERUDA

 

El Madrid de la década de los 20 y de los 30 debió de ser un lugar realmente curioso. Un hálito especial e inigualable rodearía aquella ciudad para que, en dichos años, tan fructíferos para las artes y letras españolas, también lo fueran para las relaciones humanas que, entre la multitud de artistas y escritores que la poblaban, se desarrollaron; Lorca, Buñuel y Dalí, la prolífica relación entre los miembros de la generación del 27, los devaneos vanguardistas de Huidobro y Larrea en París, sin ir más lejos, son algunos de los muchos y variados ejemplos que podríamos encontrar con tan sólo indagar mínimamente en cualquier libro de la época.

Pues bien, de entre todo ese intrincado marasmo de relaciones, que llegaban a superponerse y solaparse las unas con las otras en más de una ocasión, nos propone el autor de este ensayo, Gunther Castanedo Pfeiffer, una que, a buen seguro, llega a ser de las más insólitas que se hayan llegado a plantear últimamente en el campo de estas seudo-biografías que tienen las relaciones entre autores de la época como “leit motif” más evidente. Editada en la recién inaugurada colección “Ensayo literario”, perteneciente a la editorial santanderina Voces del Cotero, pretende presentarnos el triángulo que llegó a establecerse, con Madrid y la guerra civil como telón de fondo, entre tres escritores tan dispares en apariencia como el chileno Pablo Neruda, el santanderino José María de Cossío y el oriolano Miguel Hernández.

Comienza con un primer capítulo, “Los personajes. Un poco de historia”, en el que expone cual es la razón que le ha impulsado a intentar establecer los nexos de unión entre estos tres hombres de letras. Realizará en él una breve semblanza biográfica de cada uno de los personajes, por separado, para poder obviar en adelante esta información y poder hacer referencia, únicamente, a aquellos datos que conciernen a las relaciones que entre ellos se establecieron; afirma que, gracias a este paso previo, evitará que el solapamiento de información llegue a entorpecer el normal discurrir del ensayo.

El primer lado de este triángulo, de estas relaciones de amistad, es el formado por el poeta chileno Pablo Neruda y el oriolano Miguel Hernández. Un texto en prosa del propio Neruda, de su libro Viajes, en el que hace referencia a Hernández (“poeta de abundancia increíble (...) era el corazón heredero de estos dos ríos de hierro: la tradición y la revolución”) será el encargado de inaugurar este segundo capítulo. Sin más dilación, pasará a centrarse en el momento, julio de 1934, en el que ambos poetas se conocen, tratando de establecer el porqué de esa incipiente amistad, o la causa que llevó a dos personalidades tan antagónicas a converger en una misma amistad. No sabe a ciencia cierta si se conocen de la mano de Bergamín o por mediación de Concha de Albornoz, pero lo cierto es que el encuentro entre, el por aquel entonces, cónsul de Chile y el poeta de provincias se produce, y que la influencia que el primero ejercerá sobre la mutación poética que el segunda estaba llevando a cabo será de una capital importancia.

Nos va mostrando el autor, página a página, algunas de las muchas postales que conforman los trazos más sobresalientes de aquella amistad, que germinó en aquellos años prebélicos, en un Madrid tan especial: la Casa de las Flores del chileno, correspondencia mutua, confidencias que trascendían lo meramente literario y llegaban a lo humano, el Caballo Verde para la Poesía, lugares de veraneo o relaciones comunes con los escritores Raúl González-Tuñón o Ricardo Molinari serán alguna de ellas.

Pero la guerra la que se encargará de separarlos, y únicamente tendrán la oportunidad de reencontrarse durante el transcurso del II Congreso de Escritores Antifascistas, que tuvo lugar en Valencia en el año 37, y del que regresarán juntos a Madrid tras la finalización del mismo. Después vendría el exilio del chileno a París, así como el posterior prendimiento del oriolano, que imposibilitaría un nuevo encuentro entre ambos.

Se le ha podido llegar a achacar al chileno cierta despreocupación o falta de implicación a la hora de socorrer a su amigo, opinión esta no compartida por el autor, para quien Neruda sí que hizo todo lo que estuvo en su mano en aras de ayudarlo. Aún así, Miguel sí recurrió al chileno a la hora de pedir ayuda, tanto antes de ser encarcelado como una vez que ya se encontraba preso, pues hay constancia escrita de ello. Y es en este punto, en el de la correspondencia entre ambos, en el que encontramos la aportación más significativa de este estudio, pues adjunta una carta, fechada en 1938, hasta el momento inédita, pero cuya autenticidad ha sido ya verificada, en la que Miguel expresa al chileno su deseo de exiliarse a Chile, junto a su mujer Josefina, su hijo, Vicente Aleixandre y Antonio Aparicio. En la última carta que le escribe le pide, una vez ya se encuentra preso, en 1939, que lo ayude y haga todo lo posible por él, llegando a rogarle mediante un lacónico pero expresivo “te necesito como nunca”.

A pesar de todo, Neruda nada podrá hacer más que llorar su muerte y recordarle, años después, en poemas de su Canto General (“A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España”), en las Uvas del viento (“El pastor perdido”) o en su Memorial de Isla Negra. Una amistad que Castanedo califica de intensa, que provocó una influencia mutua aunque no equilibrada, pero que la guerra truncó de raíz.

En cuanto a la relación entre Hernández y José María de Cossío, apunta que coinciden por primera vez en la tertulia de la revista Cruz y Raya, que se celebraba regularmente en la calle General Mitre, de Madrid, y a la que Miguel acudía por amistad con su director, José Bergamín. La importancia de Cossío en el periplo madrileño del oriolano fue importante en tanto en cuanto fue la persona que le consiguió el empleo que le permitiría quedarse definitivamente en la capital, con un trabajo satisfactorio en términos generales, y un sueldo lo suficientemente digno para poder llegar a subsistir allí. Dicho empleo consistía en formar parte de la redacción de la enciclopedia taurina Los Toros que, aunque dirigida por José Ortega y Gasset, tenía a José María de Cossío como coordinador literario. Será en un despacho de la Editorial Espasa Calpe donde Miguel desempeñe su labor de recopilador, siempre siguiendo las pautas que Cossío le marcaba.

Una vez comenzada la guerra, la relación entre ambos se verá reducida a una escueta correspondencia durante los primeros años de la contienda; recurrirá Miguel a Cossío por cuestiones laborales, solicitando un anticipo de sueldo o pidiéndole un empleo para un hermano de Josefina, pues los problemas económicos de la familia de su prometida comenzaban a ser ya acuciantes. La relación volverá a reanudarse, tristemente, con Miguel preso en Huelva. Gracias a la mediación de Cossío, Miguel quedará libre, aunque desoirá los consejos de su amigo acerca de la conveniencia de exiliarse urgentemente, y volverá a caer preso, esta vez bajo sentencia de muerte. Ante este nuevo giro en el devenir de los acontecimientos ya nada Cossío podrá hacer.
Bien es cierto que lo intentó, pues se cree que, junto a otros autores de la época llegó a ofrecer a Miguel la libertad a cambio de que se retractase por escrito de su posicionamiento político anterior; pero Miguel se habría negado a volver a abrazar el régimen, y se cree que esta pudo ser la causa que provocó el distanciamiento que entre ambos tuvo lugar, aunque sea este un punto algo oscuro de la relación entre ambos. Pero lo cierto es que el cántabro siempre tuvo a Miguel en muy buena estima, y lo ayudó en todo cuanto pudo desde que lo conoció, aunque las circunstancias internas de España fueran complicadas, y las de Miguel en particular más.

En 1949, no sabemos si como homenaje póstumo, Cossío editaría en Espasa Calpe los sonetos del Silbo vulnerado de Miguel. Considera Castanedo injusto llegar a desmerecer, a pesar de ese distanciamiento, una amistad como la que entre ambos se forjó, pues dio Cossío pruebas más que sobradas de que hizo por Miguel todo lo que pudo.

Y entramos en la que es, posiblemente, la parte que haga cojear más este ensayo, ya que al pretendido triángulo literario que afirma el autor existió entre los tres poetas le falta claramente un lado, el de la relación entre Neruda y José María de Cossío. Pues a pesar de que cada uno, por su lado y desde situaciones bien distintas, intentaran ayudar a Miguel, la relación entre ambos fue prácticamente nula, y se reduce a la coincidencia de firmas en el acto de denuncia que los intelectuales españoles firmaron como protesta a la detención injustificada de Miguel por parte de la guardia civil en 1936. La única aportación que hace a este conato de relación es la supuesta enemistad que entre ambos existía, que provocó que ambos se reprocharan la manera que el otro había tenido de ayudar a Miguel. Aún así, y a pesar de esas diferencias ideológicas que claramente los separaban y colocaban en posturas claramente irreconciliables, cabe destacar que la actitud que ambos manifestaron hacia Miguel fue siempre proclive a ayudarlo; pues a pesar de que las circunstancias históricas del momento no eran las más adecuadas para que ninguno pudiera actuar con libertad de movimientos hicieron, aún así, todo lo posible por sacarlo de la cárcel, y dieron muestras sobradas de esa amistad que ambos, cada uno a su manera y según su propia idiosincrasia, profesaron sinceramente.

La obra concluye con dos apéndices; uno en el que da cuenta de la bibliografía consultada, y otro, el segundo de ellos, en el que se incluyen cuatro cartas que Miguel escribiera a Pablo Neruda, datadas en 1934, 1935, 1938 y 1939, respectivamente. En resumen, un libro de muy buenas y nobles intenciones, que saca a relucir ese afán investigador que posee sin duda su autor. Además, viene a constatar que el no haber emprendido estudios en filología no debe ser óbice ni cortapisa para no sentir ese interés por indagar, por bucear si se quiere, en el entramado literario que rodea a cada libro, a cada autor, o a cada generación literaria. El amor por la literatura debe sustentarse en sentimientos, no en titulaciones universitarias, y este libro de Gunther Castanedo es prueba fehaciente de ello.

Óscar Moreno
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