Miguel Hernández, Antología
Edición de Jesús García Sánchez

COLECCIÓN VISOR DE POESIA

Publicada dentro de la “Colección Visor de Poesía”, nos llega, en este año literario 2005 en el que se dan cita tanto señalados centenarios como alguno que otro de los ya acostumbrados homenajes, una nueva antología poética de Miguel Hernández que, como otras que ya han visto la luz, plantea una serie de inevitables dudas. Pues en una antología, a diferencia de cualquier otro estudio crítico, se parte con esa teórica desventaja que otorga el operar en un campo de acción mucho más restringido, factor este que también incide directamente en sus posibles logros. Así, no podemos pretender, a la hora de enfrentarnos a ella, obtener unas novedades del calado o la trascendencia de cualquier estudio o investigación, pues la función principal de cualquier antología poética es, ante todo, divulgar la figura o tema escogido. Y en esta antología en cuestión, la manera de afrontar la figura de Miguel Hernández, de acuerdo con las poesías escogidas, así como su estudio introductorio o el público al que va orientada son aspectos sobre los que tendremos que incidir debidamente.

El prólogo que preludia nuestro acercamiento a esta nueva Antología poética de Miguel Hernández ha sido preparado por Jesús García Sánchez, quien es también el encargado de seleccionar las poesías incluidas. Se trata de una introducción a la poesía del oriolano ciertamente breve, apenas once páginas en las que intenta realizar un sucinto acercamiento a la figura de Miguel Hernández tomando como base su trayectoria vital. Pero, a pesar de su brevedad, el prólogo es claro y conciso en sus exposiciones, haciendo mención a los aspectos más significativos que en vida del oriolano tuvieron lugar. Una introducción que, si bien es cierto, no llega a aportar luz sobre ningún aspecto oscuro o difuso del mundo hernandiano, tampoco es esa su premisa principal, presenta unas intenciones claramente divulgativas, orientando sus miras hacia un público joven o no demasiado versado en la vida y obra de Miguel Hernández.

Si este, y no otro, es el fin que pretendía García Sánchez, los medios que utilice para ello estarán pues justificados. Es por esto que no pondremos objeción alguna a ellos, aunque nos suponga lidiar con los tópicos más al uso que sobre Miguel Hernández se han esgrimido: el de poeta pastor y autodidacta, el del mito del poeta que abandona la poesía pura o gongorina para abrazar la impura, el comprometido o el que, una vez encarcelado, se liberará de vestigios y ropajes diversos para escribir versos tan desnudos y sinceros como los del Cancionero y romancero de ausencias. En definitiva, un repaso a todas esas etapas poéticas que Miguel vivió y quemó, como sabemos, a velocidad de vértigo, y que servirán para que el lector se haga una idea de cual fue esa trayectoria vital, coincidente con los conjuntos o bloques en que los distintos poemas se agrupan.

En este breve recorrido por la vida y obra de Miguel, pondrá de relevancia García Sánchez la importancia y la influencia que sobre él tuviera la figura de su amigo Ramón Sijé, quien lo apartó de su autodidactismo inicial, encauzando sus lecturas hasta abrazar el neocatolicismo del que el propio Sijé hacía gala con orgullo en su revista El Gallo Crisis, en la que Miguel colaboraría. Esta influencia de Sijé tendrá su importancia en Perito en lunas, primera obra poética, y quedará sublimada en el intento de escribir tanto el Silbo vulnerado como su auto sacramental, Quién te ha visto y quién te ve. Pero el viaje a Madrid, tan importante, del año 34, y las amistades que allí forjará Miguel, entre ellas la del chileno Pablo Neruda o la de Vicente Aleixandre, harán que las tornas se inviertan, entregándose Miguel a los brazos de esa poesía impura, pero también amorosa que conformará El rayo que no cesa. Y ese giro en la poética de Hernández, así como las circunstancias personales que también lo motivaron, son otros dos momentos fundamentales para García Sánchez. Intercala el autor, en su repaso a la vida y obra de Miguel, multitud de citas del propio Hernández, que suponen un claro intento de cara a conseguir aportar solidez a sus propias palabras.

Su posterior viaje hacia la poesía comprometida y politizada, así como lo acontecido en la cruenta guerra civil y el posterior calvario de cárceles ocuparán el resto de las páginas del prólogo. Una escueta biografía que nació con Miguel Hernández y que, consecuentemente, llegará a su fin con su muerte. Y siendo Miguel uno de esos poetas en los que circunstancias vitales y motivos literarios convergen con una increíble facilidad y claridad, notamos quizás la ausencia de una mayor atención a ese entramado simbólico de Miguel, pues parece que al centrarse más en la faceta biográfica queda algo coja esa visión general que de él se intenta dar.

Pero nada podemos achacar, a pesar de la ya mencionada sencillez, a la introducción de García Sánchez, que no la hace acreedora de aspecto alguno que pueda llegar a ser susceptible de ser criticado; pues la exposición de los hechos está tratada desde el rigor y el conocimiento del mundo hernandiano. Con esa intención divulgativa desde la que parte, y con las limitaciones críticas que ello conlleva, resulta difícil aportar nada nuevo o significativo, pues su propio valor está en el hecho de seguir manteniendo la vigencia de la figura y la obra del poeta todavía hoy. De manera que la brevedad o la poca profundidad del estudio no debe restar ni un ápice de coherencia o veracidad a unos planteamientos que, expuestos con diáfana claridad y correcta capacidad sintética, intentan presentar al lector poco iniciado las claves desde las que comenzar a adentrarse en la poesía de Miguel Hernández. La perspectiva empleada exige, pues, un enfoque como el adoptado.

La antología en sí recoge un total de 78 poemas que, agrupados en bloques temáticos según las obras más significativas de la producción hernandiana, recogerán desde la primera obra de Miguel, Perito en lunas, hasta el Cancionero y romancero de ausencias, pasando por El rayo que no cesa, Viento del pueblo o El hombre acecha así como algunos poemas sueltos de 1933 a 1934 y de 1935 a 1936. No podemos obviar la dificultad que conlleva editar una nueva antología de Miguel Hernández en pleno siglo XXI, intentando aportar poemas algo distintos a los que normalmente suelen tener cabida, máxime cuando la antología es de carácter general como ésta; posiblemente, si se centrase en un aspecto más específico de la poesía de Hernández, sí que se podrían llegar a incluir otras poesías no tan al uso (recuerdo ahora, por ejemplo, aquella antología de Leopoldo de Luis que, incluida en la colección “Clásicos del siglo XX” que el diario El País editara en el año 2003, y titulada “Poemas de amor y de guerra”, sí que da entrada a poemas que no eran tan habituales, mostrando otro criterio seleccionador).

Pero a pesar de esto sí que percibimos, por parte del editor, un especial interés por destacar, por ejemplo, esa primera época de Hernández, que siempre queda en clara minoría, en cuanto al número de poemas aportados, con el resto de obras en otras antologías. Así, los poemas sueltos que comprenden la época de 1933 a 1934 suman un total de dieciocho, dos más que los que se recogen del Cancionero y romancero de ausencias; y una obra como Perito en lunas, tan poco accesible y por tanto fácilmente obviable, aporta aún así un total de nueve. Si a esto le sumamos que poemas como “Alabanza del árbol” o “Pasionaria”, no muy comunes normalmente, sí tienen cabida en ésta, nos encontramos con una selección de poemas realmente más compensada y coherente que otras.

Por tanto, al margen de que esta nueva antología no se estructure en torno a una rigurosa edición crítica o a una introducción con aportaciones más o menos novedosas, siempre resulta tremendamente positivo que llegue a ver la luz, pues demuestra que la poesía de Miguel Hernández sigue teniendo una vigencia suficiente como para que una editorial como Visor tenga a bien sacar una nueva antología suya, máxime cuando en 1977, y con una introducción y selección de poemas que estaba a cargo de Jesús Munárriz, ya sacara una en su misma colección, aunque no tan extensa como la que aquí presentamos al lector.

Y concluiremos afirmando que ese mundo editorial, tan ingrato e injusto en demasiadas ocasiones, tiene muy en cuenta a nuestro poeta, volviendo a poner sus versos al alcance de los que todavía no son sus lectores. Y es que esta, y no otra, es la auténtica meta de la poesía; llegar directa y sinceramente al lector, y es ahí, en ese “tête a tête” con él, en el fragor de la lectura, en el cónclave entre cada poesía y el corazón de cada lector, donde la poesía de Miguel no tiene parangón y logra sus mayores méritos. Esta es la razón por la que se siguen y se seguirán editando antologías, de todo tipo, sobre la poesía de uno de los más universales poetas, bien tratado por el mundo editorial, valorado y reconocido por la crítica y, sobre todo, querido casi fraternalmente por aquellos que leen sus versos. Como una vez leí en un precioso epílogo, la poesía no necesita de jueces o fiscales, si acaso de testigos; pues la poesía se defiende sola, y la de Miguel a buen seguro que lo hace.

Óscar Moreno
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