MANUEL ROBERTO LEONÍS RUIZ

Uno de los escritores más activos de Orihuela

La Doctora Irma Emiliozzi es catedrática de Literatura Española Moderna y Contemporánea de la Universidad Nacional de lomas de Zamora (Buenos Aires).Realizo su tesis doctoral sobre el epistolario de Vicente Aleixandre. Especialista en la Generación del 27 y de la poesía de posguerra, ha contribuido a su estudio con la publicación de numerosos artículos y ediciones críticas como la de Oda en la ceniza. Las monedas contra la losa de Carlos Bousoño, publicadas en la colección Clásica de la Editorial Castalia. También a publicado trabajos sobre otros poetas, como García Lorca. Habitual conferenciante en la Universidad Carlos III de Getafe (Madrid).


Entre sus varias aportaciones a la bibliografía de Vicente Aleixandre, destacan la coedición de “Nuevos poemas varios” y la reciente edición critica de “Nacimiento Ultimo”.y de “Historia del corazón”.


¿Qué destacaría de la obra y figura de Miguel Hernández?

La pregunta es muy amplia, pero entre tantas opciones a considerar, no es la menor destacar hasta qué punto la figura y la obra de Miguel Hernández están íntimamente vinculadas. Miguel Hernández no es uno de esos artistas que dejan una obra excelente creada al margen de su existencia, o mejor dicho, sin dar testimonio de ella: siempre, hasta me arriesgaría a decir que desde su primer libro, va dejando testimonio de su singular peripecia vital.


¿Cómo definiría la obra de Miguel Hernández? ¿Llegaría a encasillarla en alguna generación o no es posible encuadrarle en corriente alguna?

No, la obra de Miguel Hernández, tan enraizada en la tradición, es pasmosamente singular. Claro que podría comenzar por decir que, en mi opinión, la palabra “generación” no dice concretamente nada: es uno de los rótulos que necesitamos para ordenar de alguna manera el vasto panorama, en este caso, literario o poético, que nos rodea. A poco que nos acerquemos a cualquiera de las generaciones más canónicas, y pongo la del 27 por ejemplo, comprendemos hasta qué punto cada poeta es muy diferente del otro. En el caso de Miguel Hernández esto se agudiza debido a una intuición poética radical, a un genio creativo como pocos.


Como especialista de la poesía de posguerra. ¿Cree que Miguel Hernández influyó en ella? ¿En qué?

En mi opinión, los poetas muy singulares, como es el caso de Miguel Hernández, o también el de Federico García Lorca, o el Vicente Aleixandre surrealista, influyen, y mucho, pero al dejar su huella, la poesía que les continúa parece repetirlos: los textos ya no dialogan sino que uno “imita” a otro. Y desde este punto de vista, diría que poco influye Miguel Hernández. Otra cosa es pensar hasta qué punto la poesía de posguerra está contaminada de Miguel Hernández y no puede ser entendida sin su fuerte impronta, pero ésta es también la impronta de su vida, de esa simbiosis vida - poesía que en Miguel se cumple como en pocos. Es la huella de su autenticidad y entrega, como hombre y como artista, ejemplares.


¿Qué podría destacar de la relación entre Miguel Hernández y la generación del 27? ¿Y concretamente con Vicente Aleixandre?

Podría decir que fue muy intensa, pero la más intensa de todas, si no me equivoco, fue la que mantuvo justamente con Vicente Aleixandre, quien abrió de par en par la puerta de Velintonia, que es una manera de decir las puertas de Madrid, al joven de provincias. Podría sintetizar el fuerte lazo de amistad que los unía recordando casi una obviedad: que Vientos del pueblo está dedicado a Vicente Aleixandre, más allá de otras menciones.
A la recíproca, para el poeta del 27, Miguel fue uno de sus más entrañables amigos, y lo fue para siempre, antes y después de su lamentada muerte. Lo llegó a llamar “hermano”. Siempre lo recordó y lo lloró, en páginas privadas y públicas. Las públicas son muy importantes: Vicente Aleixandre dedicó tres semblanzas o "encuentros" – para usar su terminología- a Miguel Hernández: "Evocación de Miguel Hernández" y "Una visita" – que es la penosa visita a la tumba de Miguel en Alicante-, incluidos en su libro Los encuentros, de 1958, y "Miguel Hernández: nombre y voz", ya en Nuevos encuentros, aparecido junto a sus Obras completas en 1968. Y quiero remarcar que sólo a Miguel le dedicó tres de estas evocaciones. También escribió Aleixandre un importante poema, "En la muerte de Miguel Hernández", que se publicó en Cuadernos de las Horas Situadas, de Zaragoza, en febrero 1948, y que pasó a formar parte de Nacimiento último, de 1953, bajo el título "Elegía", por obvias razones de censura, aunque en las últimas ediciones ha recuperado su título original, como había expresamente pedido el poeta.


¿Conoce la labor de la Fundación Miguel Hernández?

La conozco sobre todo a través de la labor de uno de sus integrantes, mi colega Aitor Larrabide. Sé de la labor de homenaje, estudio y difusión con la que esta Fundación honra a su poeta. Y también desde Buenos Aires, aunque creo que aún infructuosamente, he intentado localizar, siempre por petición de Aitor Larrabide, alguna huella de documentación de Miguel Hernández que se encuentra en la capital argentina.

Su ultimo trabajo es el epistolario de Aleixandre con José Antonio Muñoz Rojas, con importantes cartas que recogen alusiones a Miguel Hernández. ¿Qué puede comentarnos al respecto?

Estas cartas ratifican lo que he dicho: la constancia en la amistad de Vicente Aleixandre por Miguel Hernández. Y ratifican con datos muy puntuales, que se suman a la bibliografía sobre la vida y la obra del poeta oriolano en la que ya había suficiente documentación al respecto, el rol que le cupo a Vicente Aleixandre y a un grupo de sus amigos, entre los que se encontraba José Antonio Muñoz Rojas, en la ayuda a Miguel Hernández y a su familia, antes y después de su trágica muerte. Esta correspondencia suma muchos datos al respecto. Ya en la carta del 28 de abril de 1940 aparece por primera vez la mención del pedido de ayuda económica para Josefina Manresa, que reiterará Aleixandre siempre con la meticulosidad - hasta obsesiva, podríamos decir- con la que solía y sabía oficiar de buen mediador. En esta ayuda, como ya lo ha revisado la crítica hernandiana, colaboraban, junto a Vicente Aleixandre, dos de sus más jóvenes amigo, el destinatario de estas cartas, José Antonio Muñoz Rojas, y Carlos Rodríguez Spiteri. La carta del 26 febrero de 1942 constata la ayuda del diplomático chileno Germán Vergara Donoso, otro de los consecuentes colaboradores en estas trágicas circunstancias. Otra carta, fechada casi diez años después, el 16 de enero de 1952, sigue ampliando la nómina del entorno que contribuyó, con su colaboración monetaria y hasta en las circunstancias más sórdidas, en el cuidado de la memoria de Miguel Hernández.
Y quiero destacar que algunas de las personas que colaboraban y ayudaban a Miguel antes de morir y luego velaron por su familia, estuvieron ubicadas en diferentes bandos durante la guerra y después de ella, lo que muestra hasta qué punto los hombres, los mismos hombres, pueden estar por encima de sus circunstancias, por encima de la locura de la guerra, si lo que los mueve es el amor o la caridad, que es lo mismo.
También fue Vicente Aleixandre, y por mucho tiempo, quien veló por la obra de su amigo, ya que Josefina Manresa lo consultaba y depositaba en él las decisiones finales en relación a la edición y difusión de su poesía, y también estas cartas documentan la labor de Aleixandre al respecto.


¿Cuáles son sus próximos proyectos editoriales?

Está por publicarse mi edición de otra correspondencia de Vicente Aleixandre, ahora las Cartas de Vicente Aleixandre a Jaime Siles (1969-1984), verdaderamente interesantes, y por partida doble, porque no sólo nos brinda ahora Aleixandre el perfil de su joven destinatario, el “benjamín” de los novísimos como llamaba a Jaime Siles, con datos y apreciaciones sobre sus primeros libros, sino que se documenta hasta qué punto toda la joven generación visitaba al maestro en Velintonia. Como en las mejores correspondencias de Aleixandre, están aquí la historia y la intrahistoria de los inicios de la generación a la que pertenece Jaime Siles.
También voy a publicar otra edición de correspondencia, interesantísima, que he trabajado en Buenos Aires: son las cartas que María Teresa León escribió a dos de sus más queridos amigos porteños, Perla y Enrique Rotzait, entre 1960 y 1971.
Exhumar estas cartas no sólo me ha abierto el horizonte del largo exilio de María Teresa León y Rafael Alberti en Argentina, sino que me ha puesto en contacto con la importantísima documentación que hay en Buenos Aires no sólo sobre los Alberti, sino también sobre otros poetas del 27, exiliados o no, pero que allí dejaron testimonio de su paso. Y a estos temas estoy ahora abocada, con la intención de escribir un ensayo general sobre el tema.

Cecilia Espinosa
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