PRENSA HISTÓRICA

CRUZ Y RAYA

Ficha técnica

A) Ficha descriptiva

Cabecera
· Título: ‘Cruz y Raya’.
· Lugar: Madrid. Datación
· Cronología: 1933-1936.
· Primer número: 15 de abril de 1933.
· Último número: 39 de junio de 1936.
· Números editados: 39. Sede social
· Redacción y administración: Calle General Mitre, 5.
· Teléfono: 17573.
· Lugar donde se imprime: Madrid. Características técnicas
· Número de páginas: Variable (en torno a las ciento cincuenta).
· Dimensiones: 22’5 cms. x 16 cms.
· Número de columnas: No tiene columnas.
· Secciones: Los redactores de ‘Cruz y Raya’ dividían el contenido de cada número en las siguientes secciones: ‘Ensayos’, ‘Antologías’, ‘Cristal del tiempo’, ‘Criba’ y ‘Suplementos’.
· Suplementos: Publicó dos, titulados ‘El acabóse del año y nuevo de 1934’ y ‘El aviso de escarmentados del año que acaba y escarmiento de avisados para el que empieza de 1935’. El primero era un almanaque en octavo editado a finales de 1933, en el que colaboraron Guillén, Quiroga Pla, Rosales, Salinas y Vivanco, con poemas inéditos, además de Eugenio Imaz, José F. Montesinos, Sánchez Mazas y el propio Bergamín, que seleccionaron los textos clásicos que componen el grueso del volumen. El segundo de ellos era otro almanaque editado a finales de 1934. Colaboraron en él, además de su director, Ramón Gómez de la Serna, Larrea, Muñoz Rojas, Neruda, Leopoldo Eulogio Palacios y Unamuno, con versos o prosas originales, y Sánchez Mazas y Luys Santa Marina, con la aportación de textos y traducciones. Lo más importante de su contenido es el célebre retrato fotográfico de Unamuno por José Suárez, y los fotomontajes de Benjamín Palencia que salpican sus páginas.
· Ilustraciones: Ilustraron la revista Francisco Bores, Max Jacob, José Caballero, Pablo Picasso y Benjamín Palencia, que diseñó su cubierta y publicó en sus páginas el ensayo ‘Giotto, raíz viva de la pintura’.
· Impresor: No consta.
· Periodicidad: Mensual.

B) Ficha analítica

Empresa periodística
· Fundador y mentor: José Bergamín.
· Secretario de redacción: Eugenio Imaz.
· Puntos de venta: No constan.
· Suscripción anual: España y países adheridos a la tarifa reducida de Correos, 30 pesetas; todos los demás países, 40 pesetas; en el extranjero, el ejemplar costaba 4 pesetas.
· Equipo direccional: José Bergamín y Eugenio Imaz.
· Colaboradores: En ella colaboraron, junto con escritores de otra significación, y a diversos sacerdotes ilustrados, Manuel Abril, José María Alfaro, Amado Alonso, Dámaso Alonso, Justino Azcárate, Jesús Bal, Pío Baroja, José Camón Aznar, Corpus Barga, Luis Cernuda, José María de Cossío, Félix Delgado, Guillermo Díaz-Plaja, Manuel de Falla, Melchor Fernández Almagro, José Fernández Montesinos, Emilio García Gómez, Alfonso García Valdecasas, Antonio Garrigues, Ramón Gómez de la Serna, Emilio Gómez Orbaneja, Ramón Iglesia Parga, Carlos Jiménez Díaz, José López Ortíz, José Antonio Maravall, Antonio Marichalar, Antonio Morón, José Ortega y Gasset, José A. Muñoz Rojas, Eusebio Oliver, Julio Palacios, Leopoldo Panero, Pérez Ferrero, Antonio Porras, José María Quiroga Pla, Alejo Revilla, Tomás Rodríguez Bachiller, Antonio Rodríguez Moñino, Félix Ros, Luis Rosales, Sabartés, Vicente Salas Viú, Rafael Sánchez Mazas, José María Semprún Gurrea, Luys Santa Marina, Arturo Serrano Plaja, José María Souvirón, Miguel de Unamuno, Luis Felipe Vivanco, María Zambrano, Xavier Zubiri, los oriolanos Miguel Hernández y Ramón Sijé, el filósofo y secretario de la revista, Eugenio Imaz y el propio director, José Bergamín, entre otros.

En cuanto a extranjeros, la principal presencia hispanoamericana fue Neruda. De Europa, comparecieron T.S. Eliot, Hans Gebser, Max Jacob -con un texto ilustrado por sus propios dibujos-, Paul Landsberg -entonces refugiado en Barcelona-, Malraux y Louis Parrot, así como Albert Einstein, Joseph Goebbels y Manuel Azaña. La simple lista nos habla de la personalidad compleja y del gusto por la paradoja de Bergamín, que publicaba a la vez a izquierdistas (Neruda o Serrano Plaja) y derechistas (José María Alfaro, Félix Delgado, Alfonso García Valdecasas, Félix Ros, Rafael Sánchez Mazas o Santa Marina), a jóvenes poetas surgidos durante los años treinta, y a católicos a lo Jacques Maritain.

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Intentar plasmar, en unas pocas líneas, la esencia de la filosofía de la revista Cruz y Raya, es un claro ejercicio de substracción de la esencia misma de su nombre. Según Bergamín, fundador y director de la revista, afirmaba en “Signo y diseño de Cruz y Raya”, en 1974, que “la esencia y personalidad de la revista no fue la de sus propios colaboradores y realizadores, y menos aún la mía propia”. Gonzalo Penalva, por otro lado, también sostiene que no cabe duda de que Bergamín fue el alma de la revista, junto con su secretario, Eugenio Imaz, y el propio Zubiri.

Si observamos la portada de la revista, podremos sustraer de ella la esencia misma de su filosofía; esa originalidad en la presentación, su ingenio y cotidianeidad, su vinculación a unas ideas y su intento de desvinculación de otras, y a la vez, su intento de cambio sobre conceptos tradicionales.

La revista, como bien afirma Gonzalo Penalva en su obra Tras las huellas de un fantasma, se estructuraba en torno a 3 núcleos diferenciados, cuyos objetivos se complementaban entre sí: pensamiento crítico, con ensayos de temas filosóficos, literarios o artísticos; pensamiento poético y creador, formado por antologías y selecciones de autores clásicos y modernos; y pensamiento ético y polémico, tratado en secciones como “Criba de Lecturas” o “Cristal del tiempo”.

A través de dichos núcleos, Bergamín intenta dar un enfoque amplio, mostrando las diferentes voces de las situaciones más actuales de la vida nacional, y no sólo en política o religión, sino también en todo aquello que fuese susceptible de recibir una crítica constructiva.

Un calificativo que la revista lleva implícito es el de “católica”, con ciertas connotaciones que a lo largo de este trabajo se irán desvelando, aunque no en el sentido institucional de la palabra, sino en el sentido más espiritual. Y esto se debe a que aquellos que escribían y colaboraban en la revista estaban adscritos a este pensamiento religioso, aunque sin estar obligados a los estrictos parámetros de las normas catolicistas. Este intento de equilibrar el contenido, la filosofía de la revista y las propias ideas de Bergamín y sus colaboradores, desembocó en ocasiones en auténticos problemas de malabarismo literario.

Bergamín, hombre de poca capacidad para equilibrar posiciones e ideas, dado más a extremismos en su interés por defender su posición ideológica, encontró fuerte oposición entre los propios compañeros fundadores de la revista, llegando a encontrarse una amable invitación a abandonarla.

Considerada también como independiente y abierta, libre de coacciones exteriores e influencias ajenas a ella misma, Cruz y Raya dio cobertura y apoyo a escritores noveles que no tenían cabida en otras publicaciones, a no ser, claro está, que tuviesen amistades o padrinos literarios. Y Miguel Hernández fue un claro de ejemplo de ello, pues encontró, sin más, las puertas de la revista abiertas. Además, la clara diferencia ideológica de sus colaboradores no hacía sino remarcar la apertura que existía en todas las vertientes posibles del pensamiento. No se puso traba ni cortapisa alguna a cualquier vertiente del pensamiento, por muy libre que ésta fuese, ni a ningún defensor de las mismas. Y este punto de apertura a todo tipo de escritos, no hizo sino activar el interés de los escritores noveles por publicar en la revista.

Por otro lado, se llegó a identificar Cruz y Raya, como final o ruptura, con su consecuente comienzo, de algo nuevo. Se erigió en plataforma desde la que denunciar aquellas posturas ideológicas que intentaban destruir, o al menos minar, las bases de la incipiente República en España, e intentando así darle una oportunidad, un margen de confianza si se quiere, para que pudiese llegar a desarrollarse plenamente.

Por medio de la publicación se intentó también romper el vínculo existente entre Iglesia y Estado, por ser las ideas de ambos, de los llamados “hombres de la Iglesia” y de los puestos más relevantes del Estado, incompatibles y contrarias en el mejor de los casos. Así pues, no postulaban contra catolicismo o cristianismo, sino contra la utilización de la figura de Cristo como imagen electoral o propagandística. Además, los responsables de la revista propugnaban una religiosidad interiorizada.

Cruz y Raya puso siempre su esperanza en un futuro mejor, con un equilibrio perfecto entre sabiduría y creencias.

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Resulta ineludible, a estas alturas del estudio de Cruz y Raya, realizar una aproximación, por ligera que sea, a la figura de aquel que fuera su director y fundador, José Bergamín.

Nace en Madrid el 30 de diciembre de 1895. Hijo de Francisco Bergamín García, que fue catedrático de Legislación Mercantil en la Escuela Central de Comercio y experto abogado, además de afiliado al Partido Liberal Conservador, por el que consiguió un escaño en las Cortes por Málaga y fue varias veces ministro. José Bergamín ejercerá como secretario particular de su padre en los despachos ministeriales.
De su padre recibirá una influencia decisiva, sobre todo en temas políticos, y de su madre, Rosario Gutiérrez López, el gusto por lo poético y la profunda convicción religiosa. Es el último de trece hermanos de una familia de posición acomodada. Comenzará su vida escolar en un colegio cercano a su casa, y luego continuará en el Colegio de San Miguel, regentado por los jesuítas, aunque con frecuencia hacía novillos para escaparse a la Biblioteca Nacional, donde se inicia en la lectura.

Comenzó escribiendo una composición en verso para el boletín del colegio. Durante su adolescencia escribió poemas dramáticos, novela, versos..., aunque no lo supo nadie.

En 1912 o 1913 termina el Bachillerato y comienza a estudiar en la Universidad, en la Facultad de Derecho, pero en el tercer curso deja los estudios y comienza a trabajar en una imprenta, donde empezará su interés por la belleza tipográfica. Más tarde retomará los estudios, que acabará en 1922.

La lectura era una de sus mayores pasiones, y leía a Goethe, Tolstoi, Dante o Nietzsche.
Hacia 1913 se introduce en el mundillo literario madrileño, frecuentando las tertulias de los cafés de moda. Ya conocía a Valle-Inclán, a quien considera uno de sus maestros. También en estas fechas conoce a Moreno Villa y Alfonso Reyes, al editor Rafael Calleja o a los pintores Solana y Romero de Torres.

Comenzará también ahora su relación con Ramón Gómez de la Serna, a quien conoce en el homenaje a Rubén Darío en el Ateneo madrileño, y por el que siente una gran admiración. Mantendrán una relación constante, ya que ambos acudían a las tertulias del Pombo. Esta tertulia se inicia en 1915, y entre los fundadores se encuentra Bergamín, que le servirá para conocer y relacionarse con gran parte de los escritores del momento.

Su vocación inicial fue la de compositor, aunque pronto se decidió por la literatura. Siguiendo los pasos de Larra, Unamuno y otros, utiliza sus artículos en muchas ocasiones como medio de denuncia social y política.

En Memoria amarga de mí pone de manifiesto la influencia que Unamuno ejerció sobre él, hasta tal punto que llega a considerarlo su maestro, también éste elogiará la obra de Bergamín, El cohete y la estrella, en uno de sus “Comentarios” (1924). Queda patente la amistad entre ambos, que se prolongará hasta la muerte de Unamuno, a través de la correspondencia que mantenían, aunque la mayoría de estas cartas se han perdido. En 1934, publica el libro La cabeza a pájaros, dedicado al propio Unamuno, aunque lo escribiera entre 1925 y 1930.

Años después, Bergamín funda y dirige en México la prestigiosa Editorial Séneca, donde publica La ciudad de Henoc, Cuenca Ibérica y La enormidad de España, textos que él mismo prologa, llevado por su interés en la obra de Unamuno. También publica, en 1964, el artículo “La entereza de Unamuno”, con motivo del primer centenario del nacimiento del escritor vasco.

En 1921 comienza a publicar sus primeros artículos en la revista Índice, fundada por Alonso Reyes, Enrique Díez-Canedo y Juan Ramón Jiménez, aunque fue éste último quien realmente la dirigió. Más tarde publicará varios artículos en el suplemento “Los lunes” de El imparcial, y también en España. Semanario de la vida nacional, dedicados a la critica literaria.

En 1923, año en que comienza la dictadura de Primo de Rivera, publicará su primer libro, El cohete y la estrella, una colección de aforismos que para Juan Ramón Jiménez constituyó toda una revelación.

Bergamín comenzará a tomar postura ante las ideas literarias, escribiendo lo que piensa, aunque sea contra los conceptos ya consagrados por Ortega o Azorín.

En 1925 aparece Tres escenas en ángulo recto, y en 1927 Enemigo que huye, ambas obras de diálogos dramáticos o “teatro aforístico para leer”, como llegará a calificarlas. En 1926 publica Caracteres.

En 1927 se celebra el homenaje a Góngora, y Bergamín formará parte de los “siete literatos madrileños de vanguardia”, como llegó a denominarlos El Sol. El acto, que tuvo lugar en el Ateneo de Sevilla, fue el motivo por el cual se rompió la gran amistad que unía a Bergamín con Juan Ramón Jiménez, al negarse éste a colaborar en dicho acto. Será a partir de este momento cuando mantendrán una agria disputa, a través de la publicación de diversos artículos.

El homenaje a Góngora será la ocasión para que los componentes del grupo tomen parte activa y destacada en la vida cultural española. Bergamín había colaborado ya en las revistas Alfar, Residencia, La Verdad, Mediodía y Litoral, pero será a partir de 1927 cuando las colaboraciones se hagan más constantes y frecuentes.

El articulo más destacado de estos primeros comentarios es el titulado “El idealismo andaluz”, publicado en el número homenaje a Góngora de La Gaceta Literaria, en 1927. En 1929, y en ésta misma revista, publicará tres comentarios sobre Pedro Salinas bajo el titulo de “Literatura y brújula”.

También fue constante su amistad con Alberti, y en esta época escribirá “El canto y la cal en la poesía de Rafael Alberti” y “De veras y de burlas”, ambos publicados en La Gaceta Literaria. Además, realizará comentarios sobre García Lorca y Manuel Altolaguirre, a la muerte de cada uno.

El 2 de julio de 1928 será la fecha en que contraiga matrimonio con Rosario Arniches.

En 1930 publica El arte del birlibirloque, un pequeño tratado sobre el arte de torear, como compendio de valores estéticos y metafísicos, y todo ello a través de ese original estilo aforístico que caracterizaba a Bergamín. Durante toda su vida será un gran aficionado a la tauromaquia, y recibirá multitud de elogios por esta obra.

En oposición a la monarquía, se hizo republicano. El 14 de abril de 1931 es proclamada la República, y Bergamín, como la mayoría de intelectuales españoles, se manifiesta a su favor. Pero, a diferencia de otros escritores, nunca se desmarcará, a pesar de quedarse prácticamente solo. Para él la República era la única probabilidad de régimen político.

El 27 de mayo de 1931 es nombrado Inspector General de Seguros y Ahorros y Director General de Acción Social. Con motivo de su nombramiento, Giménez Caballero publica en La Gaceta Literaria un artículo en el que lo critica por haber aceptado el cargo.

Bergamín simultaneará los temas más candentes de la vida pública del país con ensayos sobre temas exclusivamente literarios, como Las raíces poéticas elementales del “Teatro independiente español y revolucionario del S. XVII”. En 1933 fue ampliado hasta convertirse en uno de los libros más interesantes y originales, Mangas y capirotes, que trata sobre el teatro barroco español, caracterizado por el popularismo y el conceptismo. En este mismo año aparece la revista Cruz y Raya, que él mismo fundó y dirigió, y que no tardó en revelarse como la publicación más original del periodo republicano. Concebida como revista abierta e independiente, se proponía actuar en todos los valores del espíritu. Morirá con la República en su número 39, que aparece en junio de 1936, días antes del levantamiento militar.

Presidente de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, Bergamín será nombrado Agregado Cultural en la Embajada española en París, donde busca apoyos morales y financieros para la amenazada República. Su nombre estará presente en todas las empresas culturales de la guerra civil, como fueron las revistas El Mono Azul, Hora de España o Cuadernos de Madrid.

Preside en 1937 el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas en Defensa de la Cultura, que reunió en Valencia a más de un centenar de intelectuales llegados de casi todas las partes del mundo.

La derrota de la República llevó a Bergamín al exilio. Primero a México, luego a Venezuela y Uruguay. En México fundó la revista España peregrina, que recogió las aspiraciones de los escritores exiliados, y la Editorial Séneca, donde aparecieron textos tan significativos como las primeras obras completas de Antonio Machado y la polémica edición de Poeta en Nueva York de García Lorca.

El escritor volvió a España en 1958, y se vio obligado a exiliarse de nuevo en 1963. Su vuelta definitiva se producirá en 1970.

Vivirá en Madrid durante muchos años, compartiendo los avatares políticos de la llamada “transición”, que tuvo en Bergamín a uno de sus más lúcidos detractores. Republicano en las primeras elecciones democráticas, publicó su manifiesto Error monarquía, pues consideraba que una segunda restauración volvería a traer a los españoles los mismos males que ocasionó la primera. Así, fue radicalizando su postura ante el giro monárquico-reaccionario que iban tomando los acontecimientos, hasta que al final de sus días se decidió ir a morir en el País Vasco, cansado de ser español y de peregrinar en su propia patria.

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