
Manuel Molina ha sido considerado el epígono o benjamín del grupo oriolano de 1930, en el que Gabriel Miró tuvo una gran influencia.
Nace el 17 de octubre de 1917 en Orihuela, de su infancia recuerda la excesiva rigidez y dureza de los métodos educativos. Sus años de estudio fueron pocos, abandonando el bachillerato a los 15 años para trabajar con su padre, propietario de una contrata de explotación de carreteras. Pero su inclinación por los libros hace que no consiga adaptarse al oficio, y movido por sus inquietudes acude a la tahona de la calle de Arriba. En ella conoce a Carlos y Efrén Fenoll, Miguel Hernández, los hermanos Sijé, y será también allí donde surja su amistad con Adolfo Lizón.
En 1935 se traslada con su familia a Alicante, quedando desligado momentáneamente de sus amistades literarias de Orihuela. Al año siguiente será nombrado secretario de las Juventudes de Unión Republicana, donde conoce a Vicente Ramos.
Durante la posguerra desempeñará diferentes empleos y será en esos momentos cuando forme parte activa del grupo literario integrado por Vicente Ramos, Rafael Azuar, José Albi, Francisco García Sempere, Reolid y Adolfo Lizón.
Alicante hervía de actividad, a pesar de la censura, con la publicación de multitud de libros, la celebración de recitales o tertulias, pero sobre todo, con la publicación de revistas literarias como Arte Joven, Ifach, Sigüenza y Verbo, donde Manuel Molina intervendrá implicándose cada vez más en la vida cultural de la capital alicantina.
Su producción literaria se inicia a principios de la década de 1940 con el libro Renacer del silencio, del que solo se realizó un ejemplar, hoy perdido. Más adelante publica Otoño adolescente (1943), que fue el primer volumen de la colección Leila, del cual reniega por considerarlo inmaduro.
En 1950 aparece su primer libro reconocido Hombres a la deriva, en el que se aprecian los rasgos que estarán presentes en toda su producción. En él predominan el tema del tiempo y el choque con todo aquello que le rodea, un ejemplo claro es el poema “Preludio final (Oda a los falsos)”. A este le seguirán Camino adelante (1953), Versos en la calle (1955), en el que rememora su adolescencia; Poemas (1958), El suceso (1960), Mar del Miedo (1962), Coral de pueblo (1968), donde guarda similitudes con Carlos Fenoll; Veinte sonetos tópicos (1969), Balada de la Vega Baja (1970), en la que recuerda su Orihuela natal; La belleza y el fuego (1972), aludiendo a las mujeres y a las fiestas de Alicante; y finalmente Versos de la vida (1977), donde aparecen dos poemas dedicados a Miguel Hernández. En 1978 edita y prologa Canto encadenado (de Carlos Fenoll), ofreciendo uno de los primeros estudios sobre Carlos Fenoll y en el que demuestra que domina tanto el verso como la prosa, además de ser el primero que incluye correspondencia y bibliografía.
En cuanto a prosa tenemos Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela (1969), que consta de una serie de artículos periodísticos aparecidos en la prensa alicantina y en los que se trata de desvelar el circulo de amistades de Miguel Hernández, con una visión muy personal. Este libro tendrá una continuidad en 1971 con Amistad con Miguel Hernández, en el que también se recopilan artículos de la prensa aunque se apoya en el elemento gráfico. En colaboración con Vicente Ramos escribe Miguel Hernández en Alicante (1976). Con motivo del XXXV aniversario de la muerte de Miguel Hernández publica Un mito llamado Miguel (1977), en el que denuncia falsedades y mantiene la memoria del poeta.
Se pueden ver en Molina influencias de Miguel Hernández, de la poesía popular de García Lorca, Alberti y Juan Ramón Jiménez.
También colaborará en distintos periódicos y revistas que le llevarán a ejercer la crítica literaria, centrando su atención sobre todo, en la poesía, lo que permitirá por un lado conocer la poesía provincial y, por otro, confeccionar su Antología de la poesía alicantina actual (1973). Sus labores como crítico las realizará principalmente desde la revista Idealidad, aunque también desde otras publicaciones.
Desde 1952 será una constante en todas las fiestas de poesía que se celebren en la provincia, pronunciando charlas y conferencias, recitando, etc. Su experiencia fue aprovechada por el Instituto de Estudios Alicantinos, del cual era miembro de número.
Su trayectoria literaria evidencia una primacía por el sentimiento y la emotividad, especialmente con una constante temporal, con una añoranza por el pasado que le ayudará a superar el presente. También la exaltación de la belleza femenina y de la fiesta por antonomasia de Alicante, las Hogueras de San Juan. Su preocupación ética y un lenguaje más o menos coloquial recuerdan a Miguel Hernández.
Métricamente se aprecia un dominio del endecasílabo y del soneto y destaca una habilidad para ajustar la métrica tradicional a los distintos niveles de su producción lírica.
En cuanto a su prosa, emplea gran cantidad de imágenes en sus descripciones. Su temprana “alicantinización” no ha impedido que siga recreando determinados ambientes de su añorada Orihuela.
La sencillez, la bondad y la humildad son las notas características de Manuel Molina, que no hace distinción entre el mundo poético y el real.
Goretti Aldeguer
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